-Vamos solo a ver cerezos. ¿No? - pregunté
-Claro, claro -me respondió Rosa que se plantó zapatitos con lazo y plataforma.
Antes de aparecer el primer cerezo del valle, Rosa vio por la ventanilla del 4x4 unas manchas marrones en la montaña.
-Cuántas casetas de aperos hay aquí.
-Que no -le corrigió Alberto- que son vacas, una urbanización de vacas.
Y tras las vacas los primeros cerezos en flor. Disparamos las cámaras: una, cinco, diecisiete fotos. Aquello era un cuadro espectacular de árboles llenos de pelusa.
A Enrique se le iluminó la mente y recordó que había leído en no recordaba dónde que allí estaba la Garganta de los Infiernos. Y allá que fuimos.
4 km de ida y 4 de vuelta, 8 km en total de caminata a pie, montaña a través, para llegar a la gargantita dichosa de los Infiernos. Y yo con botas con tacón.
En mitad del camino encontramos en una roca un guante rojo. Jaime con sonrisa maliciosa colocó 1 euro encima del guante. Nos escondimos detrás de unos árboles y esperamos. Los excursionistas miraban el guante, el euro, murmuraban y se iban sin tocarlos.
-Ésta es la sociedad de la opulencia -susurró Enrique.
Abandonamos allí el guante y el euro y continuamos caminando 2 km más hasta llegar a la espectacular garganta.
Jaime y Alberto se quedaron en calzoncillos y se lanzaron estilo bomba al agua gélida de las pozas. Primero se les cortó la respiración y luego juraron en arameo por Judas y su madre.
Tres segundos duraron dentro del agua. Lo justo para hacer la foto.
De regreso nos preguntábamos que porcentaje de posibilidades habría de que el euro siguiera sobre el guante. Si el euro hubiera estado en China, Perú o Etiopía no habría durado ni un segundo. ¿Y aquí?
Al llegar a la roca vimos el guante rojo y del euro ni rastro.
-Uf, menos mal -dijo Enrique- somos una sociedad normal. Ya me estaba preocupando.
-¿Vosotros habríais cogido el euro? -preguntó Jaime.
La respuesta fue unánime.
-Por supuesto.