Singapur es como New York, pero en oriente. Hay que mirar hacia arriba para disfrutarla. Lo primero que me sorprendió fue la autopista de barcos sin fin cerca del puerto. Singapur es moderno, ordenado y limpio, excesivamente limpio. Si uno arroja un papel al suelo le cae una multa de 300€. Prohíben comer en el metro, sin embargo no ponen reparos por comer dentro del Museo Nacional donde se celebró el Singapore International Storytelling Festival 2011 al que fui invitada.
Antes de la actuación en el teatro del Museo me dieron en los pasillos del Museo una bandeja de comida asiática riquísima, y yo me encontré con cara de interrogación buscando una puerta que diera a la calle. Aquí puedes comer, me dijeron. Casi no probé bocado. Me parecía un sacrilegio perfumar las obras de arte con el olor de la salsa Teriyaki. Además se me unió la tensión del cuello esperando en cualquier momento el silbato del guardia de seguridad para ponerme una multa de 300€. Pero no pasó nada.
El país es una ciudad grande, en una hora se recorre de norte a sur y de este a oeste. Así que el día que fuimos, Enrique y yo, a dar una conferencia a los bibliotecarios en la Biblioteca Nacional de Singapur, nos trajeron un taxi para llevarnos hasta allí porque la Biblioteca Nacional, según ellos, estaba lejos del hotel. Tardamos 53 segundos porque pillamos el semáforo en rojo. La distancia era tres cuadras. Es necesario pensar que hay grandes distancias en la ciudad para sentir un país grande. En Tenerife ocurre lo mismo, en dos horas das la vuelta a la isla. Mucha gente que vive en el norte cuando va al sur se aloja en un hotel o se lleva la caravana para pasar noche.
El primer día en Singapur fuimos a un centro comercial que había próximo al hotel y pensamos que era una gran suerte tenerlo tan cerca para comprar las cosas básicas que siempre te olvidas en casa. Era un centro comercial inmenso, de cuatro alturas, y terminamos con los pies hinchados. Al salir y cruzar la calle vimos que enfrente había otro mall (centro comercial) de las mismas dimensiones, y otros dos a los lados, y una segunda cuadra más allá había un quinto mall. De repente nos dimos cuenta de que la inmensa y amplia calle Orchard había un centro comercial tras otro. Un edificio, un mall. Singapur es un inmenso centro comercial para todo Asia. Allí se encuentran todas las marcas occidentales y asiáticas, todos los productos, todas las rarezas y todos los precios. Lo único que no encontramos fue un e-reader Sony.
Un alto porcentaje de la población tiene rasgos chinos, otros rasgos indios, otros malayos, indonesios. Pero yo no sé distinguirlos. Había occidentales, pero éramos en comparación un porcentaje pequeño muy visible. En los días que estuvimos se celebraba la gran fiesta china y por las noche la calle de Clarke Quay a orillas del río se transformaba en una hermosa calle con lámparas chinas en forma de dragón, guerreros, animales mitológicos y barcos flotantes iluminados. Al final de la calle había unas atracciones que te quitaban la respiración con solo verlas en funcionamiento.
La zona de Clarke Quay está llena de bares, pubs, restaurantes, que no tienen nada que envidiar a la zonas de copas de España. Música a todo volumen, gente bebiendo a las puertas de los bares, cientos y cientos de personas quemando la noche. En la imagen, el pub CLINIC que imita a una clínica. Uno puede tomarse una copa en una silla de ruedas, o beber una cerveza con la sonda de un gota a gota, la misma que se pone en los hospitales a los enfermos; te puedes sentar en una camilla, o en un sillón de dentista como el de la foto. Los camareros iban vestidos de enfermeros.
Se camina con total tranquilidad por las calles de Singapur. Es uno de los países más seguros que he estado.
En esos días estuve participando en el Singapore International Storytelling Festival 2011 como invitada de España. Enrique Páez y yo fuimos los primeros españoles que pisaron ese Festival. El trato fue buenísimo, la gente muy amable y el público increíble.
En el International Showcase tuve el honor de cerrar la contada colectiva en la que compartimos escenario: Randel McGee, Bobby Norfolk, Ruth Kirkpatrick, Lili Rodrigues-Pang, Kamini Ramachandran y Rosemarie Somaiah. Esa noche tenía que haber contado cuentos también Sherry Norfolk pero sufrió una fractura en la muñeca izquierda el día anterior y pasó la noche en el hospital, al día siguiente ya estaba contando como una profesional. El Festival estuvo lleno de energía y actividades. Si pinchas aquí puedes ver todos los invitados nacionales e internacionales y las actividades. Yo lo disfruté mucho.
Y qué más deciros, que el Taller de bebecuentos que impartí en inglés estuvo lleno hasta los topes. La gente que acudió, profesionales y educadores, fueron muy participativos y con muchas ganas de contar cuentos. Quiero dar las gracias a todos ellos por esos momentos de intercambio, de experiencias y de risas que compartimos juntos.
Los Talleres de Escritura Creativa de Enrique Páez también fueron un éxito, como siempre. Se notaba el oficio que tiene de años como escritor y profesor de escritura creativa. A lo que se sumó su buen inglés. La gente salió encantada. Y nosotros mucho más.
Aquí dejo algunas fotos más del Festival y del viaje.