jueves, 4 de diciembre de 2008

Nos mudamos


Hace ya un mes que recogimos nuestros enseres en cajas de cartón, embalamos los muebles en plástico de burbujas y escondí mis tesoritos de papel dentro de una caja de metal antigua con tapa abollada. Nos mudamos. Cambiamos la casita junto al río por una casita frente al mar, en Tenerife. Pero nuestras cosas aún están dentro de un contenedor de 20 pies, un Dry Van, que aún duerme en el puerto de Santa Cruz.

Con cada mudanza siento como me crecen escamas nuevas en el cuerpo que van creando una capa de células queratinizadas que me protegen de la desecación de recuerdos. Así las cosas que se pierden físicamente en todas las mudanzas se me impermeabilizan en la memoria.

Estas es una pequeña selección de casas que he vivido.

- La casa verde (Burgos): aquí pasé los veranos de la infancia, con una maleta de cuadros rojos y verdes llena de caramelos bajo la cama. En la mesilla de noche, había una lamparita y una jaula enana, redonda y azul con un grillo dentro que me compró mi padre. En la casa verde descubrí, en la librería del salón, un libro sobre Charles Manson que devoré una y otra vez, a escondidas.

- Im Neuenheimer Field (Heidelberg-Alemania): un piso de estudiantes, donde convivíamos dos alemanes, una italiana y yo. Mi mesa de estudio estaba frente a una ventana que estaba al nivel de una ladera que se llenaba de toallas y cuerpos sin ropa en cuanto asomaba un rayo de sol. Los que venían a visitarme llamaban a la ventana para entrabar por ella en lugar de dar la vuelta a la manzana del edificio y entrar por la puerta. En la puerta de la entrada del edificio aparcaba la bici antigua que compré de segunda mano, con ruedas del tamaño de las de un camión. En la parte de atrás le colgaba una matrícula antigua y oxidada: 241 Heidelberg. Tenía mal la dirección. Para girar a la derecha tenía que mover el manillar a la izquierda y viceversa. Lo aprendí a caídas. Me la traje a Madrid en tren, pero ahora ya no sé donde está, la perdí en otro traslado.

- La Dacha (río Ambroz, Cáceres): allí descubrí que las arañas no muerden, los pájaros se mueren también de viejos, que existen patos y tortugas silvestres o que las serpientes huyen con las vibraciones de los pasos. También aprendí que la soledad es un miedo urbano.

Queda algo menos de dos semanas para que las cosas se esponjen entre las paredes y regrese el olor de los recuerdos. Um, qué ganas.