viernes, 31 de julio de 2009

Taller de poesía infantil


Que desaparezcan las verrugas
callos y sopas con orugas:
Poqui rua das
Brincadera cucú zas.


Con estas palabras mágicas y muchos besos terminamos el Taller de poesía en la Biblioteca Pública de Santa Cruz de Tenerife.

Durante los 5 viernes de julio he estado jugado y creado poemas con Alba, Jubal, Paula, Miguel, Omar, Elena, Sara, Yeimi, Brayan, otra Paula, Noelia, Oriana, Eva, Verónica, Macarena, Sergio y Juan.

Yeimi dice que “los cirujanos cuando ven a un niño malo le cosen”. Y Jubal que no sabía lo que era un cirujano abre sus ojos saltones: “¿Cosen a los niños?” Él quiere ser policía y tocar el tambor. “La policía, ría o no ría, toca el tambor.” Elena le dice que tambor y policía no riman. Con tambor rima “cabrón” dice Omar entre risas. Y Jubal se enfada porque la policía no es… Y como la cosa parece enredarse pongo paz entre medio con trabalenguas.

Miguel sentencia que los trabalenguas se leen a partir de los 8 años (que es la edad que él tiene). En realidad se lo dice a Noriana que tiene 6 años y que no deja de levantar los brazos para leer uno.

Juan, el mayor del grupo, va a editar el cuento que ha escrito un amigo suyo, sobre una guerra entre naves galácticas. Y me dice bajito, para que los demás no se enteren, que cuando lo tenga pasado al ordenador (esa es la edición) lo llevará a la biblioteca.

Noelia, mientras tanto, ha escrito una hipérbole: “Estás más arruinado que el albañil más profesional del mundo” (está muy concienciada con la crisis).


Alba abre su cuaderno verde y lee tres poemas preciosos que ha escrito con rima AAAAAAAAA.
Ninguno quiere ser poeta. Dicen que divertirse no es un trabajo serio.



jueves, 23 de julio de 2009

Acabé el libro

Terminé el libro de cómo contar cuentos. Me ha llevado 2 años y 3 meses. Al principio calculé que lo acabaría en 6 meses. Y así fue. Le dediqué entre 2 y 3 horas diarias. Pasé al ordenador las anotaciones que tenía guardadas de mis talleres y escribí desde mi experiencia como cuentacuentos. A los 6 meses acabé de escribirlo. Sí, acabé con un esbozo blandengue.

Podría escribir que pensé cosas cómo “¡Caray, tengo que escribir más!” o “¡Uf, qué agotador! Por eso de ser políticamente correcta. Pero no, lo que pensé fue: ¡Joder, la puta, qué difícil es esto, 6 meses para escribir esta basura! Estuve a punto de tirar la toalla.
Confieso que me daba envidia ver en las librerías un libro de ensayo (ya fuera sobre cómo amaestrar peces o la filosofía del acto ético). Los ojeaba y siempre les encontraba algún defecto. Sería por eso que llaman refuerzo positivo, el caso es que los veía tan basura como mi esbozo. Bueno no, pensaba que eran peores que el mío, qué narices (que me jugaba la autoestima). Pero en realidad era pura impotencia, pura rabia, y pura envidia. Así que una semana después volví al ataque. Me senté frente al ordenador y volví a escribir.

El 23 de mayo de 2008 escribí en este blog que ya estaba acabando de escribir el libro. Llevaba algo más de un año con él. En la página 350 le puse el punto final y respiré. Lo que aún no sabía era que me esperaba un año más de reescritura, lecturas repetidas, amputar párrafos de aquí y de allá, marear capítulos y batir palabras. Tuve un herpes labial. Varios dolores de cabeza. Y el mundo exterior dejó de existir.

Según reescribía el libro adelgazaba como si tuviera anorexia. Mi ritmo de trabajo pasó de 3 horas a 5 horas diarias. Y en los últimos 6 meses aumentó a 10 horas diarias (a excepción de una semana que me tomé de descanso). Por las noches tenía las piernas entumecidas y me las tenía que masajear para poder dormir.

Son un total de 251 páginas disfrutadas que esperan hacer disfrutar a otros. Y la satisfacción de haber escrito lo que quería escribir y como lo quería escribir.

Ahora, cuando veo un libro también imagino al escritor/a frente a un ordenador con el pelo enmarañado escribiendo, tachando, pensando en cómo dar forma a una frase, en cómo decir lo que quiere decir. Y veo también el calendario pasar durante muchos meses, años, por la pantalla de su ordenador. Sí, los libros (buenos o malos) tienen ahora otro valor para mí.