lunes, 30 de marzo de 2009

Apagón de 6 horas

Hace cuatro días un rayo cayó en la central eléctrica de Caletillas y dejó a toda la isla de Tenerife sin luz. Eran las 11 de la mañana y estaba a punto de guardar en el disco duro los cambios de un nuevo relato cuando me llamó mi padre al teléfono: “Hola, ¿cómo est…?" Y se produjo el apagón. El relato se fue a la mierda.

Y salí bien parada. El tranvía se quedó detenido en el cruce próximo al Museo de la Ciencia paralizando el tráfico hacia La Laguna.

Pero eso no fue nada, los semáforos también se apagaron y una moto chocó frontalmente con una furgoneta. La cabeza de Alfonso rebotó en el cemento del bordillo. Fuera del casco.

Tuvo más suerte que Patricia que estaba siendo operada de corazón abierto en el hospital de Candelaria. En el momento de colocarla la válvula de metal se fue la luz del quirófano y se apagó la máquina de respiración asistida. El generador tardó 43 segundos en ponerse en marcha.

Siete exánimes minutos quedó Montse atrapada en el ascensor con su violador y asesino. Iba a visitar a su hermana Patricia al hospital.

La luz llegó a casa seis horas después. Yaiza seguía balanceando sus pies en un banco a las puertas del colegio. Esperaba que su papá Alfonso viniera en moto a recogerla.

viernes, 13 de marzo de 2009

Por qué no hay que asustar a un pulpo antes de cocinarlo.

Tenía mono de pulpo, de verdad. Me moría por comer pulpo. Pulpo cocido con pimentón y aceite. Pulpo. Qué rico. Busqué en internet y leí en una receta de Arguiñano que antes de cocinarlo había que asustarlo tres veces. Así que metí al pulpo en el bolso y me lo llevé al tren de la bruja. Tres vueltas. Las conté, una detrás de otra. Tres. Con tanto escobazo en la cabeza y tanta vuelta acabé mareada. Y cuando me quise dar cuenta el pulpo, el muy canalla, había huido del bolso. De puro susto, digo yo. O para vomitar. Vete a saber. El caso es que le llamé por megafonía. Pero nada, no lo encontré. Volví a casa y calenté dos litros de agua con la esperanza de que el pulpo regresara por su cuenta y me lo pudiera comer de una vez por todas. Y llegó, pero maltrecho. Había perdido un tentáculo en una reyerta callejara por culpa de una sepia. Y allí estaba, en la puerta, abrazado a la sepia.

La sepia se hace a la plancha, pensé. Y calenté la sartén. Pero el pulpo se negó a separase de ella. Querían morir juntos. Y como no tenía ni idea de cómo cocinarlos a la vez los metí en la pecera bola de Lucas mientras buscaba una receta de pulpo con sepia. Pero el pobre Lucas sufrió un infarto cuando vio semejantes bichos dentro de su pecera. Lo saqué. A Lucas. Y lo primero que se me ocurrió fue hacerle el boca a boca, pero mi boca era demasiado grande para él. Por eso lo lancé al agua hirviendo de la olla que debía ser para el pulpo y que ahora sería de Lucas. Para revivirlo. Lucas abrió la boca. Una vez más, solo. Me negué a que se muriese y lo saqué con unas tenacillas de la cazuela y le di electroshocks en la sartén. Se quemó. Lloré tanto, tanto. En ese momento sólo quería pisotear a ese maldito pulpo cojo y a esa sepia de moral distraída que vete a saber de qué mar habría salido.

Se murió Lucas. Mi Lucas. No pensé en hacerle entierro y mucho menos en comérmelo. ¿Por qué clase de pervertida me tomas? No. Le llevé al baño y le rocié con laca fuerte de pelo. Lucas se quedó en rigor mortis con ese color marrón oscuro de pez muerto abrasado. Cogí pegamento y le soldé en la pared de cristal de la pecera. Mientras, el pulpo se abrazaba a la sepia en un estrangulador beso.

Ilustración de Albeto Cerriteño

lunes, 9 de marzo de 2009

Cactus patógeno

Fui al médico por un extraño picor en la mano al pincharme con un cactus. Algo sin importancia, me dijo el médico de familia tras examinar mi dedo hinchado. Pero no debió de verlo tan claro cuando me envió al dermatólogo. Quiero una segunda opinión, me aclaró. Y cerró el libro de consultas. Me dieron cita para dentro de un 1 año y 10 meses. Volví a casa resignada. Pero al cabo de un mes regresé al consultorio médico. No solo no se me había ido el picor sino que se había agravado con un sarpullido de manchas blancas por todo el brazo. El médico tras examinarlo a cierta distancia me recetó un corticoide. Intentó tranquilizarme diciéndome que mi vida no corría peligro, y que en 1 año y 9 meses me vería el dermatólogo y todo se solucionaría.

Pero no fue así. Dos meses después la mano se había hinchado de tal manera que los dedos estaban pegados los unos a los otros como un muñón. Perdí la sensibilidad al calor y al frío y junto a las manchas blancas surgieron ampollas que se transformaron en pústulas. El picor no remitía y la infección era ya un ejército imparable que atacó mi cara y bajó amenazante hacia los pies. Mi cuerpo, un gran cilindro al que le salían tubos ramificados, estaba lleno de verrugas grises con puntos amarillos. El día que la primera pústula estalló, el dolor fue tan agudo que apreté de golpe los dientes sin poder evitar morderme la lengua que se partió en dos. Dejé de hablar. De la primera ampolla gris que reventó despuntó un pincho al que siguieron muchas más espinas por todo el cuerpo. Me desnudé frente al espejo y comprendí que me estaba convirtiendo en un cactus.

A duras penas caminé hacia el jardín. Cogí la azada con mis dedos deformados y cavé un agujero entre la hierba, al lado de los geranios. Y allí mismo, frente al mar, me planté.

sábado, 7 de marzo de 2009

Cuentacuentos en Tenerife

Beatriz Montero (La Maga Trapisonda) regresa con sus cuentos y secretos.
Sábado, 7 de marzo a las 11:30h en la Biblioteca Pública de Santa Cruz de Tenerife.

- "Cuentos y secretos de La Maga Trapisonda" por Beatriz Montero.
- Espectáculo de cuentacuentos infantil y familiar.
- Lugar: Sala Polivalente Infantil y Juvenil. C/ Comodoro Rolín, 1. Santa Cruz de Tenerife.

Para ver la programación de la Biblioteca del mes de marzo pincha aquí.

lunes, 2 de marzo de 2009

Efecto mariposa

La mariposa aleteo y el suelo comenzó a temblar. Marta cayó al suelo y la carta que tenía en sus manos cayó y rodó por el suelo hasta parar en la puerta de la casa de enfrente. El vecino frenó en seco pero fue demasiado tarde, Marta yacía bajo los neumáticos. Con el chirrido del coche la mujer del conductor salió de la casa y encontró la carta junto al felpudo de la puerta. La abrió creyendo que era para ella. "Te dejo", es lo único que estaba escrito. La mujer miró a su marido, su marido miró a la muerta y una mariposa se posó en el capot del coche.

lunes, 23 de febrero de 2009

Carnaval 2009, Santa Cruz de Tenerife

La música no hay quien la pare. Las calles están llenas de policías en tanga, conejitas semidesnudas saltando al ritmo de salsa, osos con cervezas, niños supermanes haciéndose fotos con un Robocop plastificado, reinas montadas en carrozas con grandes plumas de pavo real y brillantina, comparsas a ritmo de tambor, hombres disfrazados de monjas con piernas peludas bajo minifaldas comprimidas. Suenan pitos y panderetas. Al fondo de la calle Castillo, sentadas en un banco de madera, cinco adolescentes vestidas de brujas corean una canción de moda y se colocan pelotas de tenis en los sujetadores. Los cuerpos vibran con la música ente risas, tocamientos y bromas. No hay rincón en el que no te asalten para cortarte un brazo con una espada de juguete o que te lleven la mano hacia unas tetas de plástico.

La música no hay quien la pare. Uno no camina, mueve el cuerpo a ritmo de salsa o rock. El carnaval ha infectado todo el centro de Santa Cruz desde la plaza Weyler hasta la zona marítima. Por todas partes hay improvisadas barras de bar y altavoces escupiendo a todo volumen música. Música que se entremezcla con la del otro altavoz clavado a escasos metros de distancia.

En la plaza de la Candelaria y en la del Príncipe, los grupos de música tocan sin descanso, uno detrás de otro, hasta el amanecer. Todo el mundo va disfrazado. La gente bebe alcohol en vasos de plástico y los chicos mean con descaro en las esquinas, mientras ellas se suben la falda a escondidas tras una amiga.

Huele a perrito caliente, cebolla frita y arepas. Y cuando uno cree que nada puede perturbar la fiesta, en mitad de la plaza, irrumpe un coche de bomberos haciendo sonar sus sirenas. No es un disfraz, ni una carroza, es un coche de bomberos de los de verdad. Los músicos dejan de tocar. Los osos, esqueletos, enfermeras en minifalda, gatas silvestres, y leñadores dejan paso a los bomberos. Y en cuanto el camión rojo de bomberos dobla la esquina y se aleja entre palmeras, los vampiros, sirenas, caperucitas y chinos juntan sus cuerpos y se dejan de nuevo envolver a son de salsa. La música no hay quien la pare.

jueves, 19 de febrero de 2009

Mar rizada

En los días claros, como hoy, veo la punta de la isla, Buenavista del Norte donde está el faro. Y si las nubes se van a merendar, entonces se vislumbra la isla de La Palma. El horizonte es un mar azul intenso si el día es soleado, o azul descolorido si está gris. No hay ni un barco. Las corrientes marinas hacen que el norte de la isla no sea ruta de navegación. Aquí, las corrientes te llevan sin remedio a América, a mar abierto. Por eso, no llega ni una patera a la zona norte, sino al sur.

Al sur, al puerto de Santa Cruz, llegaron Colón, piratas y almirantes ingleses, y en 1939, recién acabada la guerra civil, el Primer Crucero Azul de España así venía escrito en letras grandes en la popa del buque Cabo San Antonio, que venía desde Buenos Aires y que se hundió al año siguiente a 300 millas de Canarias por un incendio. Eso sí, sobrevivieron todos los pasajeros.

Ese crucero pretendía ser la gloria del régimen franquista. Era un crucero de Buenos Aires a Cádiz que hacía varias escalas, entre ellas Tenerife. Una vez en Cádiz llevaban a los pasajeros durante 12 días en autobuses por Sevilla, Toledo, Madrid y el norte de España. Eran recibidos por el general Moscardó y Franco. Una de las atracciones era visitar las rutas de guerra y la otra los monumentos del país, que en ese año estaban hechos un guiñapo. Y vuelta a América con el mismo navío que les había traído. Menuda campaña propagandística.

Pero aquí en el norte, solo he visto dos barcos navegar en los dos últimos meses. Uno al mes. El primero fue un velero que se debió de perder a razón de la lentitud y las maniobras de vela que hacía. Se notaba que le costaba un triunfo navegar contra corriente. El otro ha sido esta mañana, un barco militar que más bien parecía un barco pirata, sin bandera, como si eso le camuflara. Ha estado toda la mañana, y aún sigue, patrullando de derecha a izquierda y viceversa desde Buenavista del Norte a Punta Hidalgo y vuelta a empezar. Sospecho que patrulla para controlar el contrabando, porque aquí, como he dicho antes, nada de pateras, barcos, lanchas, barquitas a remos, ni ballenas. ¿Y si avista piratas?

viernes, 13 de febrero de 2009

Cocido de gato

En el taller de cuentacuentos, Ángeles nos contó que teniendo ocho años su abuelo Carlos, al que su hermano y ella llamaban Carlitos, les pidió que vigilaran la olla del cocido mientras el salía a comprar el pan. Su hermano, Gregorio, un año menor que ella, miró la camada de gatitos recién nacidos y le preguntó: "¿Qué pasará si metemos un gatito en la olla?" Y antes de que ella respondiera, lanzó a uno de ellos dentro. El pobre gato no llegó a chillar, murió en el instante. Y la sopa de cocido siguió hirviendo. “¿Y si metemos otro?“, Gregorio miró travieso la prole de gatitos. Pero en ese momento entró el abuelo Carlitos y se acabó la fiesta. Ninguno de los dos le dijo nada y el cocido siguió burbujeando.

En la comida, Carlitos metió el cazo dentro de la olla y sirvió la sopa. Por fortuna, el abuelo no vio el gato, por lo que Ángeles y su hermano tuvieron que disimular las arcadas que les daba comer cocido de gato. El abuelo, que no sospechaba nada, se lo comió como si tal cosa. Y le debió de gustar, porque fue a repetir y Gregorio, que no pudo controlar el miedo que le entró al pensar en el castigo que le esperaba si el abuelo descubría el pastel, dijo al borde del llanto: “¡Ay, Carlitos, que ya sale!”. El abuelo metió el cazo en la olla y sacó una patata. “¡Ay, Carlitos, que ya sale!”. Y esa vez pescó un trozo de tocino. “¡Ay, Carlitos, que ya sale!”, gritó cuando del cazo asomó la cabeza del gatito muerto. Ángeles tuvo náuseas al ver salir del perol al gatito lleno de pelos, mojado y rebozado de fideos. El abuelo Carlitos apretó los dientes y les hizo repetir plato como escarmiento. Ángeles, cincuenta años después, sigue siendo incapaz de probar una cucharada de sopa.

domingo, 1 de febrero de 2009

El viento


El viento azota el norte de Tenerife. Las puertas de cristal de casa tiemblan. El sauce llorón del jardín y la palmera del vecino están doblados. Hemos atrancado la puerta de entrada con una silla. Llueve. El agua de lluvia se cuela por las rendijas de la puerta principal y de las ventanas que hemos tapado con toallas. Y el silbato del viento no cesa.

El tiempo ha enloquecido. Esta mañana tomaba un café al aire libre en una terraza del Puerto de la Cruz, mientras una pareja de alemanes se untaba crema solar por las piernas.

Pero no hemos vivido lo peor. Peancha dice que una vez al año, que suele ser en febrero, en el norte de la isla hay tales rachas de viento que se pide a la población que se atrinchere en casa unos días. Nada de compras en Carrefour, ni tomar el sol en la playa, ni ir al cine, ni copeo con los amigos. Es el momento de encerrar en el sótano a los enanitos del jardín, a la sirena de escayola que adorna la piscina, a la fuente de piedra cartón del jardín, y a la Virgen de la Candelaria sujeta por un clavo en el portón de la entrada, antes de que el viento caliente o el furioso mar los engulla.


viernes, 9 de enero de 2009

Tengo tres mamás


Mi libro infantil “Tengo tres mamás” está dentro de la Exposición itinerante sobre literatura infantil y familias diversas subvencionada por el Ministerio de Cultura y organizada por la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB). Empezó en Madrid el 23 de diciembre y seguirá por distintas ciudades del Estado. La exposición está pensada para que los niños se vayan familiarizando con los distintos modelos de familia: emigrantes, separados, homosexuales, reconstituidas, discapacitados, entre otros.

Enhorabuena a FELGTB por esta bella propuesta y por la valentía de llevarla a cabo, que no es nada fácil. Gracias por contar conmigo. Es un placer.

lunes, 5 de enero de 2009

La herida Gaza

Hace siete años, Nata me llamó desde Ramala para felicitarme por mi cumpleaños. Ella trabajaba en la Cruz Roja y me estaba contando entre risas como había decorado su nueva habitación con cartones de leche cuando se escuchó una explosión al otro lado del teléfono. Le siguió un efímero silencio como si la gravedad hubiera succionado un edificio. Enseguida llegaron unas interferencias y después se cortó la línea.

Seguí agarrada al teléfono, no sé el tiempo, con la mirada fija en el televisor apagado, en parálisis. Me quedé bloqueada. Los cartones de leche pegados a la pared pasaban por mi mente como ráfagas de balas y la explosión seguía retumbando en mi cabeza. No sé cuánto tiempo pasó. No sé. Recuerdo que desperté con el sonido de mi móvil. Era Nata llorando, refugiada bajo una endeble camilla de urgencias. Pude oír cómo se sorbía las lágrimas al decirme que los estaban bombardeando. Un infernal ruido de sirenas se filtraba entre sus palabras. El ejército israelí había decidido que el estrecho parque que separaba una guardería de la Cruz Roja era el lugar desde el que Hamás había lanzado su último cohete casero. "Pero no es cierto", me gritaba Nata, "no es cierto". Y la comunicación volvió a cortarse.

Dos días después en una rueda de prensa el ejecutivo israelí admitió un error en el cálculo de coordenadas que se había saldado con ocho muertos, entre ellos dos niños que pasaban por allí. No fue un ataque sino una advertencia a Hamás, aclaró un mando israelí a los medios. Claro que Hamás también causó bajas israelís, dos heridos para ser exactos, con sus cohetes tras el muro de hormigón que los aísla del mundo.

Nata regresó a Madrid y no ha vuelto a esa gran prisión en la que se ha convertido Palestina. Siete años después de esa llamada de teléfono es Gaza la que ahora agoniza entre casquetes y escombros, con tanatorios improvisados en aceras y hospitales desbordados de cuerpos mutilados. Hoy, ya son 535 los palestinos muertos. Israel planea un nuevo ataque militar en Gaza que ha bautizado como “Arrancar de raíz” y ya el nombre hace temblar.

Oigo las noticias y la boca se me entumece. No puedo evitar acordarme de aquella llamada de Nata y de su hipo entre palabras al otro lado de la línea.

sábado, 3 de enero de 2009

Siempre llegamos al sitio donde nos esperan

Entro a comprar el pan en una tienda del Puerto de la Cruz y antes de pronunciar palabra, la dependienta, sin conocerme de nada, ya me había dicho amor, cariño y cielo de corrido. Y siento que siempre he estado en Tenerife, que la casa en la que estoy siempre la he vivido, que siempre escuché el mar, y que es normal estar a 18 grados en enero. Pero no, no siempre fue así. Nunca viví cerca del mar, mi familia sigue en Madrid y allí hace frío, mucho frío. Y aún así, me asombra que lo que vivo ahora no lo hubiera vivido antes. Sí, siempre llegamos al sitio donde nos esperan.

Y es que los recuerdos quedan punteados en la memoria, una memoria volátil. Volátil porque los recuerdos tienden a expandirse o encogerse en la memoria como si se tratara de nieve derretida o agua evaporada para terminar siendo un mar rizado de emociones. Y enredando en la memoria me llega una hermosa carta de nuestro amigo Manuel Maldonado, el dueño de la casa rural La Esencia (os la recomiendo, es una casa preciosa para descansar), en la que habla de los momentos que quedan grabados:

"...el cumpleaños de Enrique con tratamiento de reflexología, las luminosas mañanas de Murtosa, el espectacular montaje de Halloween del año pasado, las costillas de receta no secreta, el placer de brindar con buen vino por una buena cena en La Dacha...
Momentos que dejaran en nuestras vidas unas vivencias y unos sentimientos imborrables. Y precisamente cuando estamos intentando expresar todo esto, aparece nuestro amigo Saramago y nos echa una manita: “Siempre llegamos al sitio donde nos esperan” veo en su blog. Y esa es la sensación que hemos tenido todo este tiempo junto a vosotros: venimos los cuatro de Madrid y la amistad que no tuvimos allí pese a las coincidencias (esas que no existen) la encontramos en el Ambroz.

Lo que sucede es que nuestras vidas son una continua búsqueda de algo más y mejor...”

Ilustación de Riki Blanco.

jueves, 1 de enero de 2009

Nochevieja

En la cena de Nochevieja el último en llegar siempre era el tío Vicente. Y también era el más esperado por los pequeños de la casa. El tío Vicente siempre traía comida exótica, platos a cual más raros, del supermercado del Corte Inglés donde trabajaba como encargado. Llegaba a la cena de Nochevieja siempre media hora más tarde que los demás, y entraba en casa dándose muchas ínfulas, con los brazos llenos de bolsas y cajas. Y mientras los mayores entre humo y copas hablaban en el salón de sus cosas: el tío Domingo de la última pieza de avión que había diseñado, el tío Paco de la locomotora diésel 209 que alcanzaba los 120km/h o papá con el aislamiento acústico en medianeras con trasdosado, los pequeños nos refugiábamos alrededor de la mesa de la cocina enredando en las bolsas del Corte Inglés del tío Vicente con la intención de conseguir meter el dedo en alguna tarrina con mousse de queso, mermelada de violeta, caviar de erizo de mar (que escupimos nada más probarlo) o cualquier otro potingue que allí hubiera.

Alma era escéptica con el tío Vicente, claro, que como a ella solo le gustaba el huevo frito le daba igual lo que trajera o dejara de traer el tío Vicente. Hasta que un año probamos el huevo hilado. Comer huevo frito, cocido, escalfado que tanto apasionaba a mamá y que a nosotros nos daba tanto asco era lo normal, pero comer huevo dulce, frío y en tiras finas, eso no lo habíamos visto nunca. Emi se lo quería comer a puñados y el tío Vicente entró en pánico. El huevo hilado era de la sección del gourmet y lo tuvimos que comer enrollado en jamón york. Emi, en un descuido de los mayores, tiró el jamón york a Coco, el perro, y se zampó de una sentada el huevo hilado.

Otra nochevieja el tío Vicente llegó con una tarta de selva negra, que por aquel entonces no se encontraba en ninguna pastelería. Estaba deliciosa. A los mayores les sabía a chocolate y nata, que era lo que era. Pero a nosotros nos sabía especial, no sé, nos sabía a Corte Inglés.

Y no faltaba el comentario del tío Vicente que entre bocados afirmaba, con el peso de un catedrático, que no había mejor viaje para los sentidos que la comida. Así era el tío Vicente.

Anoche, sentí como el 2008 se escapaba entre tragos de vino y recuerdos de infacia envueltos en canela, arroz, piñones y cúrcuma.

Un mágico y próspero año 2009 para todos.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Nos mudamos


Hace ya un mes que recogimos nuestros enseres en cajas de cartón, embalamos los muebles en plástico de burbujas y escondí mis tesoritos de papel dentro de una caja de metal antigua con tapa abollada. Nos mudamos. Cambiamos la casita junto al río por una casita frente al mar, en Tenerife. Pero nuestras cosas aún están dentro de un contenedor de 20 pies, un Dry Van, que aún duerme en el puerto de Santa Cruz.

Con cada mudanza siento como me crecen escamas nuevas en el cuerpo que van creando una capa de células queratinizadas que me protegen de la desecación de recuerdos. Así las cosas que se pierden físicamente en todas las mudanzas se me impermeabilizan en la memoria.

Estas es una pequeña selección de casas que he vivido.

- La casa verde (Burgos): aquí pasé los veranos de la infancia, con una maleta de cuadros rojos y verdes llena de caramelos bajo la cama. En la mesilla de noche, había una lamparita y una jaula enana, redonda y azul con un grillo dentro que me compró mi padre. En la casa verde descubrí, en la librería del salón, un libro sobre Charles Manson que devoré una y otra vez, a escondidas.

- Im Neuenheimer Field (Heidelberg-Alemania): un piso de estudiantes, donde convivíamos dos alemanes, una italiana y yo. Mi mesa de estudio estaba frente a una ventana que estaba al nivel de una ladera que se llenaba de toallas y cuerpos sin ropa en cuanto asomaba un rayo de sol. Los que venían a visitarme llamaban a la ventana para entrabar por ella en lugar de dar la vuelta a la manzana del edificio y entrar por la puerta. En la puerta de la entrada del edificio aparcaba la bici antigua que compré de segunda mano, con ruedas del tamaño de las de un camión. En la parte de atrás le colgaba una matrícula antigua y oxidada: 241 Heidelberg. Tenía mal la dirección. Para girar a la derecha tenía que mover el manillar a la izquierda y viceversa. Lo aprendí a caídas. Me la traje a Madrid en tren, pero ahora ya no sé donde está, la perdí en otro traslado.

- La Dacha (río Ambroz, Cáceres): allí descubrí que las arañas no muerden, los pájaros se mueren también de viejos, que existen patos y tortugas silvestres o que las serpientes huyen con las vibraciones de los pasos. También aprendí que la soledad es un miedo urbano.

Queda algo menos de dos semanas para que las cosas se esponjen entre las paredes y regrese el olor de los recuerdos. Um, qué ganas.

lunes, 27 de octubre de 2008

Experiencia de cuentacuentos para adultos

Yo andaba de vacaciones cuando llamaron a Fernando para que fuera a contar cuentos a una casa de lujo de la Moraleja en Madrid. Le pagaban bien. El encargo se lo hacía un tal Luis que pretendía hacer un regalo de cumpleaños sofisticado, así se lo dijo a Fernando por teléfono, a su mujer. Y como él estaría fuera ese día por motivos de trabajo quería hacerle un regalo original.

El viernes del cumpleaños Fernando se perdió en el laberinto de calles de la macro urbanización de lujo de la Moraleja. Tardó media hora en encontrar la casa. Le abrió la puerta una criada con cofia, de esas que uno piensa que ya no existen.

Ilustrador: Israel Mejia

- Hola vengo a contar cuentos. Es el regalo de cumpleaños de Luis. – dijo Fernando a la criada.

- Pase, por favor.

La criada le acompañó a un salón, más grande que su piso de Móstoles, lleno de unas cincuenta mujeres con copas de champán en la mano y un canapé en la otra, riendo y elogiándose las joyas. La esposa empezó a batir palmas al enterarse que había llegado el regalo de cumpleaños de su marido.

Fernando se puso en mitad del salón y comenzó a contar el cuento popular “Que es lo que las mujeres desean por encima de todas las cosas”. Se hizo el silencio. Alguna abandonó la copa de champán y le miró extasiada. Cuando llevaban diez minutos de cuento la cumpleañera interrumpió a Fernando.

- Oye, pero tú cuando te vas a quitar el pantalón. Deja el cuento y haz el striptease.

A Fernando se le aceleró el pulso. Las cincuentas mujeres corearon: ¡qué se lo quite!, ¡qué se lo quite! Intentó calmarlas, frenó con las palmas de la mano el impulso de alguna de ayudarle con el striptease. Se puso serio y les explicó que él no era stripper sino narrador. La anfitriona le puso mala cara. Y Fernando terminó de contar el cuento mientras ellas volvían a hacer corros agarrando sus copas de champán.

- Menudo regalo –dijo la esposa con un canapé en la boca- será capullo Luis.

jueves, 23 de octubre de 2008

Cuéntale un cuento y verás IV

Al principio puede costar acompañar al niño o niña a la cama, sentarnos, leerles el cuento, y ponerles nuestra mejor sonrisa. Por lo general por la noche estamos tan cansados que sólo nos apetece que el niño se vaya a dormir cuanto antes para poder sentarnos tranquilos frente al televisor. Pero piensa que diez minutos es muy poco tiempo. Hay que planteárselo como ir al gimnasio. El primer día te entrarán agujetas, pero después de una semana le habrás cogido el ritmo, y hasta puede ser que te alargues con el cuento más allá de los diez minutos.

En las Bibliotecas existe “la hora del cuento”. Lleva a tu hijo o hija siempre que puedas allí. Que tenga contacto también con los cuentacuentos, con otras historias, con otra forma de contar cuentos, que tenga contacto con los libros. Tu hijo o hija te lo agradecerán de mayores. Y quién sabe, a lo mejor se convierten en uno de esos afamados y ricos creativos. Y todo porque una vez alguien les dijo Había una vez….
Ilustración de Kay Nielsen

lunes, 20 de octubre de 2008

Cuéntale un cuento y verás III

Y ¿cómo se cuenta un cuento?, te preguntarás. Para empezar, si vas a contar un cuento tienes que ponerle ganas al cuento, buscar un lugar de intimidad con el niño o niña. Puede ser en su cama a la hora de irse a dormir. Es más que aconsejable contar el cuento con el libro entre las manos. Leérselo y poner voces a los personajes. No hay que contarlo de manera acelerada, sino lenta, para que el niño o la niña puedan imaginar la historia según la van escuchando de tus labios. Busca cuentos que también te gustan a ti. Si el niño reclama algún cuento en especial, escúchale y léeselo. Piensa que todos los cuentos le ayudarán.

La hora del cuento, debe ser un momento íntimo entre el niño o la niña y tú. Ellos también buscan tu proximidad, tu cariño. El hecho de que les dediques un momento del día solo y exclusivamente a ellos es el mayor regalo que les puedes dar. Con esto el niño interpreta: Mi mamá y mi papá me quieren tanto que dejan la tele para estar conmigo y hasta me cuentan un cuento. Muchas veces el cuento es lo de menos. Lo importante, lo realmente importante es que estés con ellos. Lo ideal es que le dediques, al menos, diez minutos al cuento.

jueves, 16 de octubre de 2008

Cuéntale un cuento y verás II

Bluebeard, Beatrice Billard
Está demostrado que los niños que escuchan cuentos desde pequeños son más creativos, más imaginativos. Al escuchar cuentos el cuentacuentos está animando al niño de manera indirecta a leer. Si el cuento le ha gustado al niño, el niño reclamará que le vuelvan a contar ese cuento y no otro, y terminará leyendo el cuento.



Todavía me sorprende ver como los niños después de escucharme contarles cuentos salen disparados a la estantería de la Biblioteca a agarrar un libro, se sientan en la alfombra y se ponen a leer. ¿Casualidad? No, no es casualidad. El niño que escucha cuentos quiere leer e informarse más sobre aquella historia que le ha gustado.



A Iván le encantaba escuchar la historia mitológica griega de Ulises y el Cíclope. “La Odisea” es un clásico, forma parte de la cuna literaria, es una obra maestra, culta y universal. Al niño toda esa palabrería le daba igual. Le gustaba ese cuento porque Ulises era un héroe que salvó a quinientos hombres, era incluso mejor que Superman. Y además el Cíclope, tal y como yo lo contaba, era un monstruo repugnante que dejaba los mocos pegados en la cueva, y eso le hacía mucha gracia.


Yo contaba este cuento en el Museo Arqueológico Nacional los domingos por la mañana. No sé la cantidad de veces que Iván vino a escuchar Ulises y el Cíclope. Se lo sabía de memoria. Cada domingo aparecía con un nuevo libro sobre aventuras de Ulises bajo el brazo. Este niño de siete años, termino leyéndose La Odisea en versión infantil, sin quererlo. Su objetivo era saber más sobre ese súper héroe Ulises que me había oído contar.

lunes, 13 de octubre de 2008

CUENTACUENTOS Cuéntale un cuento y verás I

Foto de Carlos Vaquero

Los niños a los que les cuentan cuentos, desarrollan más la imaginación y potencian la inteligencia.

Contar cuentos en América es contar chistes. Aquí, en España, contar un cuento es contar una mentira.

Los cuentacuentos cuentan historias ficticias, historias que no son reales, pero que viven en nuestra imaginación. Caperucita Roja, Los tres cerditos, Blancanieves o El patito feo, viven en nuestra memoria. ¿Existen? Pues claro, están en los libros y en la memoria colectiva.

¿Y por qué es tan importante contar cuentos a los niños? Contar un cuento a un niño es tan importante y necesario como enseñarle a leer, escribir, sumar o restar. Una de las herramientas más codiciadas en el mundo laboral ya no es saber muchos idiomas, que también es importante, ni tan siquiera una carrera universitaria, que también, sino ser CREATIVO. Aquel que tenga creatividad ganará mucho dinero. Y la creatividad se enseña, se cultiva desde pequeño y empieza con la imaginación, con la ensoñación, y aquí es donde entra la labor del cuentacuentos.