lunes, 29 de marzo de 2010

Torrijas verdes

Hace años, cuando mis hermanos y yo éramos tres mocos, le regalaron a mi padre una botella de Peppermint, que sonaba a bebida exótica y refrescante. La última sílaba "mint" parecía arrastrar una brisa marina. Peppermint. Sin duda, era más elegante que Osborne o Tío Pepe. Así que mi padre llegó con la botella envuelta en papel celofán como si se tratara de una gigantesca fruta de Aragón cubierta de chocolate. Solo que esta vez el celofán azul camuflaba el color verde lagarto de la botella. Nos quedamos de pie, clavados frente al sofá del salón donde se sentó mi padre y miramos con suma atención como abría la botella y servía en dos copas, una para él y otra para mi madre, aquella bebida de color agua estancada.

Fue pegar el primer trago y mi padre maldijo de corrido a todos los ingleses, el Buckingham Palace, el Big Ben y toda la Commonwealth. Y juró que nunca más, en los jamases de los jamases se volvería a abrir una botella de Peppermint “brisa marina” en esa casa. Y la botella quedó arrinconada junto al bote de harina en la estantería alta de la cocina.

Y así llegó la Semana Santa, con una botella de Peppermint en los albores de la memoria de todos nosotros menos en la de mi madre que con esa filosofía de “aquí no se tira nada de comida”, “hay más días que panes” y “en África se mueren de hambre” recicló aquel jarabe color sapo verde para bañar las torrijas en lugar de hacerlo en leche.

Cuando la tarde del jueves santo regresamos a casa sudorosos después de jugar en el parque, pero felices porque nos esperaban las tan deseadas torrijas de Semana Santa, se nos quedó la mano colgada en el aire a medio camino del plato. Ese color verde de las torrijas era más que sospechoso. Era un asco. Mi madre consiguió vendérnoslas como las torrijas típicas de Inglaterra (ni más ni menos que de Inglaterra, donde no saben ni lo que es una torrija). Pero en esas mentes de mocosos donde el mundo está globalizado no se duda de que en Inglaterra también se coman torrijas, se hagan procesiones y haya nazarenos por la calle. Y aunque dijera ahora que no me gustaron las torrijas-verde-lagarto lo cierto fue que me comí tres de una sentada y mis hermanos fascinados con el sabor menta merengue se pegaron el gran atracón.
Desde entonces no hay Semana Santa sin esas torrijas verdes que patentó mi madre, por accidente, con esa bebida Peppermint con la que mi padre vociferó a los cuatro vientos que jamás de los jamases iba a volver a entrar en esa santa casa.

4 comentarios:

Enrique Páez dijo...

Corre, corre, que tenemos que comprar el pan para las torrijas.

Anónimo dijo...

mami
Me encarta leer vuestros recuerdos cariñosos y llenos de nostalgia . Te quiero.
Se te a olvidado que flameaba el licor para que perdiera el alcohol.
cuando vengáis a Madrid os haré las susodichas torrijas.
besos mami

Una ET en Euskadi dijo...

¡que buena historia! ¡y que bueno que tu madre haya dejado un comentario!
Pepper mint o tio Pepe? Es mucho mas pijo el pepper mint, no hay color aunque termines maldiciendo a la corona inglesa (total, sin beberlo ya lo hago)

PD: Eso de que en la mente de los niños el mundo esta globalizado ¡¡ES VERDAD!! ¡¡QUE BUENO!!

Eugenio Criado dijo...

.mmmm, torrijas verdes..., sera cuestión de probarlo algún día.
la verdad, me he sentido transportado imaginándome como un niño viendo como su padre quitaba el envoltorio de la botella.

De paso, darte las gracias por el minitaller que nos has dado en la feria del libro de las Palmas. que pena que no fuera mas amplio.

Mitakuye oy Asin

Erlik Khan.