No he hablado de mi viaje a finales de noviembre a Badajoz. Las seis horas en tren desde Madrid fueron mejor de lo que esperaba. Se me hizo corto el viaje, entre lectura de cuentos, periódicos, sudokus, el bocadillo de tortilla y las charlas con Enrique.
Por la ventanilla del tren, a la altura de Plasencia, empezaron a aparecer mantos verdes de campo. Había olvidado la extensión de terreno que puede haber en Extremadura entre un pueblo y otro sin ver edificaciones, ni siquiera una caseta de aperos. Por no haber no había ni una vaca despistada. Y eso fue una bomba de oxígeno para mi vista, que llevaba una semana viendo en Madrid árboles atrapados entre ladrillo y cemento. Ese mar verde de encinas era lo más parecido al mar de Tenerife.
La gente de Badajoz, muy acogedora. Será que las fronteras abren corazones. Los peques que fueron a escuchar los cuentos a la Biblioteca Pública participaron un montón y así es un placer compartir las historias. Repetiría, sin duda. Y ahora, recordando, me ha entrado nostalgia de mar verde.
Foto encontrada en www.iescasasviejas.net
4 comentarios:
¡Qué bonito!
¡Cuántas encinas!
¡No te comas mi bocadillo!
Cuánta gente buena conozco por allí. Me alegro de que te acogieran tan bien. Un beso.
Tengo ganas de ir a Extremadura!
Besicos
Pues cuando queráis, en Extremadura siempre os esperaremos con los brazos abiertos.
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