viernes, 13 de marzo de 2009

Por qué no hay que asustar a un pulpo antes de cocinarlo.

Tenía mono de pulpo, de verdad. Me moría por comer pulpo. Pulpo cocido con pimentón y aceite. Pulpo. Qué rico. Busqué en internet y leí en una receta de Arguiñano que antes de cocinarlo había que asustarlo tres veces. Así que metí al pulpo en el bolso y me lo llevé al tren de la bruja. Tres vueltas. Las conté, una detrás de otra. Tres. Con tanto escobazo en la cabeza y tanta vuelta acabé mareada. Y cuando me quise dar cuenta el pulpo, el muy canalla, había huido del bolso. De puro susto, digo yo. O para vomitar. Vete a saber. El caso es que le llamé por megafonía. Pero nada, no lo encontré. Volví a casa y calenté dos litros de agua con la esperanza de que el pulpo regresara por su cuenta y me lo pudiera comer de una vez por todas. Y llegó, pero maltrecho. Había perdido un tentáculo en una reyerta callejara por culpa de una sepia. Y allí estaba, en la puerta, abrazado a la sepia.

La sepia se hace a la plancha, pensé. Y calenté la sartén. Pero el pulpo se negó a separase de ella. Querían morir juntos. Y como no tenía ni idea de cómo cocinarlos a la vez los metí en la pecera bola de Lucas mientras buscaba una receta de pulpo con sepia. Pero el pobre Lucas sufrió un infarto cuando vio semejantes bichos dentro de su pecera. Lo saqué. A Lucas. Y lo primero que se me ocurrió fue hacerle el boca a boca, pero mi boca era demasiado grande para él. Por eso lo lancé al agua hirviendo de la olla que debía ser para el pulpo y que ahora sería de Lucas. Para revivirlo. Lucas abrió la boca. Una vez más, solo. Me negué a que se muriese y lo saqué con unas tenacillas de la cazuela y le di electroshocks en la sartén. Se quemó. Lloré tanto, tanto. En ese momento sólo quería pisotear a ese maldito pulpo cojo y a esa sepia de moral distraída que vete a saber de qué mar habría salido.

Se murió Lucas. Mi Lucas. No pensé en hacerle entierro y mucho menos en comérmelo. ¿Por qué clase de pervertida me tomas? No. Le llevé al baño y le rocié con laca fuerte de pelo. Lucas se quedó en rigor mortis con ese color marrón oscuro de pez muerto abrasado. Cogí pegamento y le soldé en la pared de cristal de la pecera. Mientras, el pulpo se abrazaba a la sepia en un estrangulador beso.

Ilustración de Albeto Cerriteño

14 comentarios:

josef dijo...

Un texto con muchísimo humor, totalmente surrealista y precioso. me dio pena Lucas....

Pedro Ojeda Escudero dijo...

qué texto, qué texto más divertido.
A pesar de todo, un buen pulpo asustado y cocinado de la forma exacta...

Belén dijo...

Las sepias son así de golfas, siempre las lían, siempre...

Y te acompaño en el sentimiento, por Lucas, ea...

Besicos

José Montero dijo...

Pobre Lucas,y todo por ese malechor de pulpo.
Muy chulo el relato.
Besos

leo dijo...

He disfrutado muchísimo leyendo, Bea. Genial.

carmen dijo...

Qué bueno, Bea.
Me ha gustado mucho.
Ya imaginaba yo que un pulpo que se asusta en el tren fantasma no es de fiar.

Andrés Portillo dijo...

Genial, divertido. Llegué a través del blog de Enrique Paez. Mereció la pena recorrer el camino.
Saludos

Beatriz Montero dijo...

Muchas gracias a todos. Salu2 desde la playa. Lo escribo para dar envidia, nada más.

Anónimo dijo...

¡Coño! te acabo de descubrir y ¡ me ha encantao leerte ! Wouw, premio para Bea ¡ un kiss asín de grande, jeje. te sigo leyendo, belle.

Beatriz Montero dijo...

Gracias anónimo y bienvenid@.

Nayuribe dijo...

jaja, muy gracioso, me imaginé todo como si fuese una caricatura...
Muy lindo texto, un abrazo

Beatriz Montero dijo...

Gracias, Nayuribe. Y bienvenida a este blog.

Sir John More dijo...

Yo siempre me negué a comprar pulpo crudo precisamente por estas cosas. Dan unos problemas que... Eso sí, echo de menos una buena ración con su sal y su punto justo de pimentón. Y Galicia tan lejos...

Un placer la visita, Bea.
JM

Beatriz Montero dijo...

Bienvenido, Sir John More. Y sí, con sal y pimentón mucho mejor.