martes, 29 de enero de 2008

Huevas, larvas, pupas y adultos


El mosquito tiene un cerebro pequeño, si. Pero tan potente que le permite reaccionar con rapidez ante una amenaza, evitar choques con objetos, reconocer formas o localizar sangre para alimentarse. Es tan poderoso que en Orlando, a cincuenta millas al oeste del Centro Espacial Kennedy y de Cocoa Beach, hay una plaga de ellos. Entre 0.7 y 1.3 millones de huevas de mosquito por acre esperan a convertirse en adultos. Todo un ejército que aumenta en número con los huracanes, el calor, las aguas estancadas y las lluvias. En verano, uno no puede abrir la ventana de casa sin que le asalte una nube de mosquitos portadores del virus del Nilo. Y si uno de esos cerebros diminutos huele el miedo en la sangre y te dispara; te convertirá en griposo, o en mutante con cerebro inflamado.
Y así se entiende, que en Florida, con el cerebro irritado salgan leyes absurdas:

-Se prohíbe a las mujeres solteras saltar en paracaídas los domingos.

-Si un elefante es atado a un parquímetro, la tasa de parking debe ser la misma que si fuese un vehículo.

-La única posición legal para el coito es la del misionero.

-No se pueden tirar pedos en lugares públicos después de las 6 p.m. de los jueves.

-Es ilegal besar los pechos de tu mujer.

-La condena por robar caballos es la muerte en la horca.


En Orlando está Emilio Guzmán soplando las treinta y poquitas velas de la tarta de cumpleaños. Perdí la cuenta de cuantos poquitos son. No creo que haya invitado ni a Micky Mouse, ni a los mosquitos mutantes, ni a mariposas, que también hay mariposas en Orlando. La más famosa es Theresa LePore, alias Madame Butterfly. La artificie de las engañosas papeletas mariposa. En las que 7.000 votantes demócratas se equivocaron y marcaron por error el casillero del ultraderechista Pat Buchanan. No todo iba a ser Walt Disney en Orlando.


Feliz cumpleaños Guzmán. Nos vamos a tomar unas cañitas para celebrarlo. Cuando vuelvas te tiraré de las orejas que ahora con el mar por delante no me alcanza el brazo. Que si no…

lunes, 28 de enero de 2008

Cabello de Ángel



Todos tenemos que morir algún día pero algunos no deberían irse tan pronto, o al menos no sin despedirse. Falleció Ángel González, y yo casi no desayuno ese sábado cuando me enteré. Y es que la muerte a veces lanza la guadaña muy rápido, sin consultar.
Fue a través de Antonio como conocí su poesía. Me sujetas el libro -me pidió en el metro. Y mientras Antonio rebuscaba en su cartera yo empecé a leer los poemas. Pasamos por las estaciones de Lavapiés, Sol, Callao, Plaza de España, Ventura Rodríguez, Argüelles y al llegar a Moncloa, Antonio me dio un codazo. Que, ¿me lo devuelves?- me pidió. Sujeté el libro con las dos manos y me negué a dárselo. Hicimos trueque, Ángel González por Toni Morrison.
- Bueno, vale -me dijo a regañadientes.
Todavía estoy en deuda con Antonio por ese regalo. El libro está ya totalmente sobado, subrayado, con esquinas dobladas. Ese año, regalé en los cumpleaños las obras completas de Ángel González, y también cuando no era cumpleaños. A la pobre Alicia Barberis le metí el libro en la maleta sin que llegara a leer ni el título del libro.
Y ahora desde esta humilde habitación, le doy las gracias por haber compartido tan hermosos versos con nosotros. Y le deseo un: Hermoso viaje, maestro.

Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-
podrá evitarlo: exento, libre,
como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
este amor ya sin mí te amará para siempre.

© Ángel González «Ya nada ahora»
Y continúo con ángeles. Con el ángel que me abraza cada noche con besos. Con el ángel Enrique que me besa con sus manos calientes. Ese ángel que sabe hacer ganchillo con las palabras. Que tiene el blog más rico que he probado. Muchos muakiss a mi ángel.
Aquí os dejo uno de sus microrelatos para un abrir de boca.

Era bajito, le gustaban los bonsáis, las cajas de alfileres, los niños, las pulgas, las cunas y el arroz. Pensó que su vida estaba abocada al fracaso, hasta que descubrió que se llamaba Monterroso.

© Enrique Páez. http://www.enriquepaez.blogspot.com/

domingo, 27 de enero de 2008

Rollitos chinos fritos

Hace cinco años dejé de escribir mi diario y hoy vuelvo a él con los oídos taponados después de dos horas de viaje con la ventanilla abierta del coche. Anoche rompieron el cristal del copiloto para robar: ta, ta ,ta, chán (redoble de tambores) una bolsa de cacahuetes. Y casi me da pena, de verdad. Tanto esfuerzo para quedarse solo con unos cacahuetes rancios, porque la bolsa llevaba allí ni sé el tiempo.

Al menos se podían haber llevado los CD’s, el cargador del móvil o la bolsa de maquillaje que estaba en la guantera.

-Y para qué iban a querer eso -me pregunta Emi.
-Pues para regalárselo a la novia -le respondo.
-Que te crees tú -añade Enrique- que un tío que va con una barra de metal rompiendo lunas de coche va a tener novia. Y en caso de tenerla seguro que no usa perfume.

En este punto, el tipo me dio más pena. Me le imaginé, tirado en el suelo devorando los últimos cacahuetes reblandecidos. Con la jeringuilla a un lado ensangrentada.
Y me vino a la memoria Fernando. Fernando estuvo dos meses perseguidos por los yonkis del barrio del Carrascal en Leganés. Le esperaban en el portal de su casa con una navaja en la mano, que nunca utilizaban. Porque Fernando, que ya se lo sabía, llevaba siempre algo de dinero para darle al yonki que le asaltaba en el portal. Y como era muy previsor, antes de salir de casa escondía dentro de los calcetines unas monedas. Las monedas iban bailando entre los dedos del pie y el talón. Y no las rescataba hasta que llegaba al bar de la facultad. Desataba el zapato. Se quitaba el calcetín delante de la cajera y sacaba dos euros y cincuenta céntimos para pagar el bocata de tortilla con pimientos verdes.

La voz se fue corriendo entre los yonkis de los otros barrios de Leganés: San Nicasio, Zarzaquemada, La Fortuna, El Candil, Quinto Centenario, Los Frailes…

-Eh, colegas. Hay un menda en el portal 36 que sin sacarle la navaja te da algo pa’ picarte.

Llegaron a atracarle tres veces seguidas en el portal. Si es que así no hay manera de ahorrar, nos decía Fernando agobiado.