El flautista de Hamelín es una fábula o leyenda, documentada por los hermanos Grimm (el título original alemán es Der Rattenfänger von Hameln, que se traduciría como El cazador de ratas de Hamelín), que cuenta la historia de una misteriosa desgracia ocurrida en la ciudad de Hamelín (Hameln en alemán), Alemania, el 26 de junio de 1284.
El flautista de Hamelín
Hace mucho mucho tiempo, en una ciudad del norte de Alemania
llamada Hamelín, sucedió algo muy raro: una mañana, los habitantes se
despertaron y encontraron todas las calles de la ciudad invadidas por ratones.
-¡Esto es terrible!- se lamentaban los vecinos-. ¡Los
ratones devoran la comida de nuestras casas y el grano de los campos!.
Eran tantos los ratones, que nadie en Hamelín era capaz de
ahuyentarlos. ¡Hasta los gatos huían asustados! Pasaban los días, y cada vez
había más ratones corriendo por las calles de Hamelín. Sus habitantes estaban
desesperados, y no sabían cómo acabar con aquella terrible plaga. Hasta que un
día, un grupo de vecinos acudió al Ayuntamiento para pedir ayuda al alcalde.
Después de oír las quejas de los vecinos, el alcalde que era
un hombre con muy mal genio, les dijo:
--¡Dejad de protestar y oíd lo que tengo que decir! Me han
hablado de un joven flautista que vive en las montañas y que tiene fama de
hacer desaparecer los ratones. Hoy mismo le mandaré llamar, y el problema
estará resuelto. ¡Confiad en mí!
El alcalde mandó llamar al flautista, y al día siguiente el
joven flautista se presentó en el Ayuntamiento de Hamelín.
--¿Y cómo acabarás con los ratones? --le preguntó el alcalde
al músico.
--Es muy sencillo --le respondió el joven--. La música de mi
flauta atraerá a los ratoncitos, ellos me seguirán y yo los llevaré hasta el
río. Pero cuando intenten atravesarlo, caerán al agua y se ahogarán todos.
--Si es verdad lo que dices, y nos libras de esta plaga, te
recompensaré con una bolsa de 100 monedas de oro --le dijo el alcalde.
--Vaya preparando las monedas, alcalde --le respondió muy
contento el flautista--. Mañana no quedará ni un solo ratón en Hamelín.
El joven se dirigió entonces a la Plaza Mayor de Hamelín y
empezó a tocar la flauta. De repente, los ratoncitos, al oír la música,
salieron de sus escondites y empezaron a seguir al flautista.
Los vecinos miraban desde las ventanas de sus casas
asombrados por el espectáculo. ¡Miles y miles de ratones seguían seguían
hechizados los pasos del flautista al son de su música.
Seguido por el cortejo de ratones, el flautista salió de la
ciudad y se dirigió hacia las montañas. Después de caminar mucho tiempo, el
flautista y los ratones llegaron a un gran valle por donde corría un río muy
caudaloso.
Entonces el músico se arremangó los pantalones, se quitó los
zapatos y, sin dejar de tocar la flauta cruzó el río. Pero cuando los
ratoncitos quisieron seguir sus pasos, cayeron al agua uno tras otro y se
ahogaron arrastrados por la corriente. ¡No quedó ni un solo ratón vivo!
Cuando la noticia llegó a Hamelín, la ciudad estalló de
felicidad.
--¡Viva el joven flautista! --gritaban contentos los vecinos
por las calles--. ¡Viva nuestro salvador!
El alcalde, a pesar de ser un hombre muy tacaño, organizó
una gran fiesta para celebrar que ya por fin había terminado la plaga de
ratones. Estaba tan contento que invitó a todos los vecinos a una gran merienda
en la Plaza Mayor.
La fiesta continuó por la noche con un baile, mientras el
cielo de Hamelín se iluminaba con fuegos artificiales.
Desde luego, el joven flautista había cumplido su promesa, y
ya ningún ratón volvería a molestar a los habitantes de Hamelín.
Al día siguiente, el joven flautista se levantó de muy buen
humor y se dirigió al Ayuntamiento de Hamelín para recibir su recompensa.
--Buenos días, excelencia --le dijo al alcalde--. Vengo a
cobrar la bolsa de 100 monedas de oro que me prometió si libraba a la ciudad de
la plaga de ratones.
Y el alcalde le contestó:
--¡Pero bueno, jovenzuelo! ¿De verdad pensabas que solo por
tocar la flauta iba a darte tanto oro? Mejor vete ahora mismo de la ciudad si
no quieres acabar con tus huesos en la cárcel. ¡Vete y no vuelvas más!
Y dicho esto, el alcalde y los concejales soltaron una
sonora carcajada.
¡Qué rabia le dio al flautista! No lograba entender por qué
aquellas personas que habían pedido su ayuda no cumplían ahora su promesa.
"Esta es una ciudad de desagradecidos, y se merecen un
buen escarmiento", pensaba mientras regresaba a su casa en las montañas. El flautista estaba tan enfadado que antes de llegar a su
casa, se detuvo a pensar sentado en una roca del camino. Después se dio la
vuelta para mirar hacia atrás. A lo lejos se veían las murallas de Hamelín. Las
estuvo mirando un buen rato, hasta que decidió que aquella misma noche
regresaría a la ciudad para vengarse.
El joven flautista llegó a Hamelín cuando todos dormían. Se
dirigió a la Plaza Mayor, y una vez allí comenzó a tocar una melodía con su
flauta mágica. Apenas sonaron las primeras notas, los niños de Hamelín se
levantaron de sus camas, salieron de sus casas y comenzaron a reunirse a su
alrededor. ¡Era la misma melodía que había atraído a los ratones, pero esta vez
eran los niños los que seguían hechizados al joven flautista.
--¡Por favor, por favor, no te los lleves! --rogaban entre
lágrimas los padres de los niños.
Pero el joven flautista, que estaba muy enfadado por el
engaño del alcalde, no hizo caso a los ruegos de los padres. Y, sin dejar de
tocar la flauta, abandonó la ciudad y se llevó tras de sí a todos los niños de
Hamelín.
Aquel curioso cortejo caminó toda al noche hasta llegar a
las montañas. Un vez allí, el flautista se detuvo a la entrada de una cueva.
Los niños entraron uno a uno en aquella cueva grande y oscura, mientras el
flautista no dejaba de tocar la música.
Y cuando el último de los niños de Hamelín estuvo dentro, el
flautista tapó la entrada de la cueva con una roca enorme. Después de que el flautista se llevara a todos los niños, la
ciudad de Hamelín se convirtió en la ciudad más triste del mundo.
Sus vecinos caminaban por las calles tristes y abatidos por
la ausencia de los pequeños. Todos echaban de menos sus risas y su alegría. ¡Hasta las flores de la ciudad se habían marchitado de la
tristeza!
Todos sabían en Hamelín que el alcalde era el verdadero
causante de esa desgracia. Había roto su promesa con el flautista, y este se
había vengado raptando a todos los niños.
Así que los padres de los niños, muy enfadados, marcharon
juntos al Ayuntamiento para exigir al alcalde que pagara la recompensa
prometida al flautista.
El alcalde, que era el más tacaño del mundo, les dijo:
--Ni hablar. Eso es mucho oro, y el Ayuntamiento de Hamelín
tiene las arcas vacías.
--¡Mientes! --respondieron a coro los padres--. O pagas la
recompensa, o ahora mismo te echamos de Hamelín y no podrás volver jamás.
El alcalde se asustó mucho al ver lo enfadados que estaban
sus vecinos. "Parece que hablan en serio. Si no pago la recompensa al
flautista, estoy seguro que cumplirán su amenaza y me expulsarán de la
ciudad", pensó el alcalde.
Así que el alcalde cogió una bolsa con 100 monedas de oro
que guardaba en una caja fuerte, mandó llamar a un alguacil, y a regañadientes
le dijo:
--Busca al flautista y dile que le pagaré las 100 monedas de
oro que le prometí a cambio de que nos devuelva a los niños.
El alguacil cogió la bolsa, montó en su caballo y, a todo
galope, se marchó hacia las montañas.
Encontró al flautista sentado en el tronco de un árbol, a la
entrada de una gran cueva.
--¿Qué buscas, buen hombre? --le preguntó el flautista con
una sonrisa pícara al alguacil.
--Me envía el alcalde de Hamelín. Me ha dicho que si dejas
libres a los niños, te pagará las 100 monedas de oro que te prometió.
--Acepto el ofrecimiento, pero antes... ¡entrégame el
dinero!
El alguacil así lo hizo, y el flautista, después de contar
las monedas, apartó la piedra que cerraba la entrada de la cueva y comenzó a
tocar su flauta.
Al instante, atraídos por la hermosa melodía, los niños
salieron uno tras otro. El flautista, sin parar de tocar, se puso al frente de
aquella alegre comitiva y partió hacia Hamelín.
¡Qué alegría tan grande sintieron los padres cuando vieron
aparecer de nuevo a sus hijos!
--¡Qué bien que hayáis vuelto! --exclamaban emocionados los
padres mientras abrazaban y besaban a sus hijos.
Hamelín volvió a ser una ciudad feliz. EL alegre bullicio de
los niños regresó a sus calles y a sus plazas. El alcalde, muy arrepentido por
lo que había hecho, pidió perdón al flautista y a todos los vecinos.
--Queridos amigos --les dijo el alcalde--. A partir de ahora
siempre cumpliré mi palabra. ¡Os aseguro que nunca más romperé una promesa!
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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