jueves, 9 de abril de 2015

El Flautista de Hamelin - Cuentos clásicos infantiles

El flautista de Hamelín es una fábula o leyenda, documentada por los hermanos Grimm (el título original alemán es Der Rattenfänger von Hameln, que se traduciría como El cazador de ratas de Hamelín), que cuenta la historia de una misteriosa desgracia ocurrida en la ciudad de Hamelín (Hameln en alemán), Alemania, el 26 de junio de 1284.




El flautista de Hamelín

Hace mucho mucho tiempo, en una ciudad del norte de Alemania llamada Hamelín, sucedió algo muy raro: una mañana, los habitantes se despertaron y encontraron todas las calles de la ciudad invadidas por ratones.

-¡Esto es terrible!- se lamentaban los vecinos-. ¡Los ratones devoran la comida de nuestras casas y el grano de los campos!.


Eran tantos los ratones, que nadie en Hamelín era capaz de ahuyentarlos. ¡Hasta los gatos huían asustados! Pasaban los días, y cada vez había más ratones corriendo por las calles de Hamelín. Sus habitantes estaban desesperados, y no sabían cómo acabar con aquella terrible plaga. Hasta que un día, un grupo de vecinos acudió al Ayuntamiento para pedir ayuda al alcalde.

Después de oír las quejas de los vecinos, el alcalde que era un hombre con muy mal genio, les dijo:

--¡Dejad de protestar y oíd lo que tengo que decir! Me han hablado de un joven flautista que vive en las montañas y que tiene fama de hacer desaparecer los ratones. Hoy mismo le mandaré llamar, y el problema estará resuelto. ¡Confiad en mí!

El alcalde mandó llamar al flautista, y al día siguiente el joven flautista se presentó en el Ayuntamiento de Hamelín.

--¿Y cómo acabarás con los ratones? --le preguntó el alcalde al músico.
--Es muy sencillo --le respondió el joven--. La música de mi flauta atraerá a los ratoncitos, ellos me seguirán y yo los llevaré hasta el río. Pero cuando intenten atravesarlo, caerán al agua y se ahogarán todos.
--Si es verdad lo que dices, y nos libras de esta plaga, te recompensaré con una bolsa de 100 monedas de oro --le dijo el alcalde.
--Vaya preparando las monedas, alcalde --le respondió muy contento el flautista--. Mañana no quedará ni un solo ratón en Hamelín.

El joven se dirigió entonces a la Plaza Mayor de Hamelín y empezó a tocar la flauta. De repente, los ratoncitos, al oír la música, salieron de sus escondites  y empezaron a seguir al flautista.

Los vecinos miraban desde las ventanas de sus casas asombrados por el espectáculo.  ¡Miles y miles de ratones seguían seguían hechizados los pasos del flautista al son de su música.

Seguido por el cortejo de ratones, el flautista salió de la ciudad y se dirigió hacia las montañas. Después de caminar mucho tiempo, el flautista y los ratones llegaron a un gran valle por donde corría un río muy caudaloso.

Entonces el músico se arremangó los pantalones, se quitó los zapatos y, sin dejar de tocar la flauta cruzó el río. Pero cuando los ratoncitos quisieron seguir sus pasos, cayeron al agua uno tras otro y se ahogaron arrastrados por la corriente. ¡No quedó ni un solo ratón vivo!

Cuando la noticia llegó a Hamelín, la ciudad estalló de felicidad.

--¡Viva el joven flautista! --gritaban contentos los vecinos por las calles--. ¡Viva nuestro salvador!

El alcalde, a pesar de ser un hombre muy tacaño, organizó una gran fiesta para celebrar que ya por fin había terminado la plaga de ratones. Estaba tan contento que invitó a todos los vecinos a una gran merienda en la Plaza Mayor.

La fiesta continuó por la noche con un baile, mientras el cielo de Hamelín se iluminaba con fuegos artificiales.
Desde luego, el joven flautista había cumplido su promesa, y ya ningún ratón volvería a molestar a los habitantes de Hamelín.

Al día siguiente, el joven flautista se levantó de muy buen humor y se dirigió al Ayuntamiento de Hamelín para recibir su recompensa.

--Buenos días, excelencia --le dijo al alcalde--. Vengo a cobrar la bolsa de 100 monedas de oro que me prometió si libraba a la ciudad de la plaga de ratones.
Y el alcalde le contestó:
--¡Pero bueno, jovenzuelo! ¿De verdad pensabas que solo por tocar la flauta iba a darte tanto oro? Mejor vete ahora mismo de la ciudad si no quieres acabar con tus huesos en la cárcel. ¡Vete y no vuelvas más!

Y dicho esto, el alcalde y los concejales soltaron una sonora carcajada.

¡Qué rabia le dio al flautista! No lograba entender por qué aquellas personas que habían pedido su ayuda no cumplían ahora su promesa.

"Esta es una ciudad de desagradecidos, y se merecen un buen escarmiento", pensaba mientras regresaba a su casa en las montañas. El flautista estaba tan enfadado que antes de llegar a su casa, se detuvo a pensar sentado en una roca del camino. Después se dio la vuelta para mirar hacia atrás. A lo lejos se veían las murallas de Hamelín. Las estuvo mirando un buen rato, hasta que decidió que aquella misma noche regresaría a la ciudad para vengarse.

El joven flautista llegó a Hamelín cuando todos dormían. Se dirigió a la Plaza Mayor, y una vez allí comenzó a tocar una melodía con su flauta mágica. Apenas sonaron las primeras notas, los niños de Hamelín se levantaron de sus camas, salieron de sus casas y comenzaron a reunirse a su alrededor. ¡Era la misma melodía que había atraído a los ratones, pero esta vez eran los niños los que seguían hechizados al joven flautista.
--¡Por favor, por favor, no te los lleves! --rogaban entre lágrimas los padres de los niños.

Pero el joven flautista, que estaba muy enfadado por el engaño del alcalde, no hizo caso a los ruegos de los padres. Y, sin dejar de tocar la flauta, abandonó la ciudad y se llevó tras de sí a todos los niños de Hamelín.
Aquel curioso cortejo caminó toda al noche hasta llegar a las montañas. Un vez allí, el flautista se detuvo a la entrada de una cueva. Los niños entraron uno a uno en aquella cueva grande y oscura, mientras el flautista no dejaba de tocar la música.

Y cuando el último de los niños de Hamelín estuvo dentro, el flautista tapó la entrada de la cueva con una roca enorme. Después de que el flautista se llevara a todos los niños, la ciudad de Hamelín se convirtió en la ciudad más triste del mundo.

Sus vecinos caminaban por las calles tristes y abatidos por la ausencia de los pequeños. Todos echaban de menos sus risas y su alegría. ¡Hasta las flores de la ciudad se habían marchitado de la tristeza!

Todos sabían en Hamelín que el alcalde era el verdadero causante de esa desgracia. Había roto su promesa con el flautista, y este se había vengado raptando a todos los niños.
Así que los padres de los niños, muy enfadados, marcharon juntos al Ayuntamiento para exigir al alcalde que pagara la recompensa prometida al flautista.

El alcalde, que era el más tacaño del mundo, les dijo:
--Ni hablar. Eso es mucho oro, y el Ayuntamiento de Hamelín tiene las arcas vacías.
--¡Mientes! --respondieron a coro los padres--. O pagas la recompensa, o ahora mismo te echamos de Hamelín y no podrás volver jamás.

El alcalde se asustó mucho al ver lo enfadados que estaban sus vecinos. "Parece que hablan en serio. Si no pago la recompensa al flautista, estoy seguro que cumplirán su amenaza y me expulsarán de la ciudad", pensó el alcalde.

Así que el alcalde cogió una bolsa con 100 monedas de oro que guardaba en una caja fuerte, mandó llamar a un alguacil, y a regañadientes le dijo:
--Busca al flautista y dile que le pagaré las 100 monedas de oro que le prometí a cambio de que nos devuelva a los niños.

El alguacil cogió la bolsa, montó en su caballo y, a todo galope, se marchó hacia las montañas.
Encontró al flautista sentado en el tronco de un árbol, a la entrada de una gran cueva.

--¿Qué buscas, buen hombre? --le preguntó el flautista con una sonrisa pícara al alguacil.
--Me envía el alcalde de Hamelín. Me ha dicho que si dejas libres a los niños, te pagará las 100 monedas de oro que te prometió.
--Acepto el ofrecimiento, pero antes... ¡entrégame el dinero!

El alguacil así lo hizo, y el flautista, después de contar las monedas, apartó la piedra que cerraba la entrada de la cueva y comenzó a tocar su flauta.
Al instante, atraídos por la hermosa melodía, los niños salieron uno tras otro. El flautista, sin parar de tocar, se puso al frente de aquella alegre comitiva y partió hacia Hamelín.
¡Qué alegría tan grande sintieron los padres cuando vieron aparecer de nuevo a sus hijos!
--¡Qué bien que hayáis vuelto! --exclamaban emocionados los padres mientras abrazaban y besaban a sus hijos.

Hamelín volvió a ser una ciudad feliz. EL alegre bullicio de los niños regresó a sus calles y a sus plazas. El alcalde, muy arrepentido por lo que había hecho, pidió perdón al flautista y a todos los vecinos.
--Queridos amigos --les dijo el alcalde--. A partir de ahora siempre cumpliré mi palabra. ¡Os aseguro que nunca más romperé una promesa!


Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

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