Título: Los secretos de los cuentacuentos
Autora: Beatriz Montero
Editorial: CCS
Proliferan los cuentacuentos por todas partes, menos mal. Y digo menos mal, aún a sabiendas de que alguien me objetará que cualquiera puede convertirse hoy en cuentacuentos sin apenas preparación alguna. Lo sé. Sé de muy, muy buena tinta de contadores, es un decir, que circulan por centros de enseñanza contratados por instituciones públicas y muestran una escandalosa desgana y un gran desconocimiento de los niños y de los relatos que narran. Y sé de contadores, todos lo sabemos, con un “yo” tan desmesurado que no dejan oír sus historias, sólo se les ve a ellos, sólo se les escucha a ellos. Y, a pesar de esos malos ejemplos, me alegro de que proliferen los cuentacuentos.
Debería alegrarnos a todos de que la música de sus voces suene, aunque alguno nos decepcione. Y debería alegrarnos porque los cuentos son uno de los más preclaros patrimonios de la humanidad. Insisto en lo de preclaros, dado que es un vocablo que subraya que son dignos de admiración y de respeto. Los cuentos son un legado de misterios, consideraciones, enigmas, interrogantes y reflexiones sobre la condición humana; y ellos, los hombres y mujeres cuento, como los hombres y mujeres libro de Ray Bradury en Fahrenhait 451, son los transmisores de ese patrimonio.
Y es muy de agradecer que alguno o alguna de esos transmisores de historias, aunque ese no sea su cometido, se decida a poner por escrito su experiencia. Y mucho más de agradecer aún, es cuando sus vivencias las cuenta bien, lo que no suele ser frecuente.
La contadora Beatriz Montero, en su libro Los secretos de los cuentacuentos, ha puesto por escrito su experiencia de narradora, su experiencia amorosa con los cuentos, sin olvidar –y esto es necesario subrayarlo– que el arte de la escritura se rige por alientos diferentes a los del arte de la narración oral.
Por eso ha conseguido dar a su libro la atmósfera de las novelas que nos enganchan desde el principio. Un principio de buena ficción: “Yo viví el mundo al revés. En mi infancia los cuentos llegaban en verano, no en invierno”. Ese comienzo invita a seguir leyendo. Y ella lo cuenta de manera literaria, pero como si fuera uno de esos buenos relatos orales con los que encandila al público.
Lo más interesante del libro es que no cuenta sólo lo que le ha sucedido, que es suyo, intransferible, que nadie más pudo haberlo vivido, y que ya en sí podría ser suficiente; lo más interesante son las conclusiones que ha extraído de lo que ha vivido. Y ese zumo de experiencia convertida en enseñanza, que sí es transferible, que sí vale para otros, es el que trata, sobre todo, de ofrecerle al lector que quiera convertirse en cuentacuentos.
Aldous Huxley escribió: “La experiencia no es lo le sucede a alguien, sino lo que esa persona aprende de lo que le ha sucedido”. Beatriz Montero ha sabido extraer de su experiencia de narradora un aprendizaje y una teoría del contar. Es interesante señalar que la palabra teoría tiene relación etimológica con espectador y con ver. La autora se ha convertido en este libro en espectadora de sí misma, para en ese verse poder contarse y extraer sabias conclusiones.
Y ha escrito una teoría en el sentido que Edgar Morín le daba a esta palabra: “Una teoría no es el conocimiento, permite el conocimiento. Una teoría no es una llegada, es la posibilidad de una partida. Una teoría no es una solución, es la posibilidad de tratar un problema”.
Un libro, pues, que nos permite introducirnos en las complejidades del contar, que quiere ser un punto de partida para quienes empiezan, y que trata, uno a uno, los problemas con los que se encuentran cuantos quieren practicar este arte preclaro..."
Autor de la crítica: Paco Abril
Autora: Beatriz Montero
Editorial: CCS
Proliferan los cuentacuentos por todas partes, menos mal. Y digo menos mal, aún a sabiendas de que alguien me objetará que cualquiera puede convertirse hoy en cuentacuentos sin apenas preparación alguna. Lo sé. Sé de muy, muy buena tinta de contadores, es un decir, que circulan por centros de enseñanza contratados por instituciones públicas y muestran una escandalosa desgana y un gran desconocimiento de los niños y de los relatos que narran. Y sé de contadores, todos lo sabemos, con un “yo” tan desmesurado que no dejan oír sus historias, sólo se les ve a ellos, sólo se les escucha a ellos. Y, a pesar de esos malos ejemplos, me alegro de que proliferen los cuentacuentos.
Debería alegrarnos a todos de que la música de sus voces suene, aunque alguno nos decepcione. Y debería alegrarnos porque los cuentos son uno de los más preclaros patrimonios de la humanidad. Insisto en lo de preclaros, dado que es un vocablo que subraya que son dignos de admiración y de respeto. Los cuentos son un legado de misterios, consideraciones, enigmas, interrogantes y reflexiones sobre la condición humana; y ellos, los hombres y mujeres cuento, como los hombres y mujeres libro de Ray Bradury en Fahrenhait 451, son los transmisores de ese patrimonio.
Y es muy de agradecer que alguno o alguna de esos transmisores de historias, aunque ese no sea su cometido, se decida a poner por escrito su experiencia. Y mucho más de agradecer aún, es cuando sus vivencias las cuenta bien, lo que no suele ser frecuente.
La contadora Beatriz Montero, en su libro Los secretos de los cuentacuentos, ha puesto por escrito su experiencia de narradora, su experiencia amorosa con los cuentos, sin olvidar –y esto es necesario subrayarlo– que el arte de la escritura se rige por alientos diferentes a los del arte de la narración oral.
Por eso ha conseguido dar a su libro la atmósfera de las novelas que nos enganchan desde el principio. Un principio de buena ficción: “Yo viví el mundo al revés. En mi infancia los cuentos llegaban en verano, no en invierno”. Ese comienzo invita a seguir leyendo. Y ella lo cuenta de manera literaria, pero como si fuera uno de esos buenos relatos orales con los que encandila al público.
Lo más interesante del libro es que no cuenta sólo lo que le ha sucedido, que es suyo, intransferible, que nadie más pudo haberlo vivido, y que ya en sí podría ser suficiente; lo más interesante son las conclusiones que ha extraído de lo que ha vivido. Y ese zumo de experiencia convertida en enseñanza, que sí es transferible, que sí vale para otros, es el que trata, sobre todo, de ofrecerle al lector que quiera convertirse en cuentacuentos.
Aldous Huxley escribió: “La experiencia no es lo le sucede a alguien, sino lo que esa persona aprende de lo que le ha sucedido”. Beatriz Montero ha sabido extraer de su experiencia de narradora un aprendizaje y una teoría del contar. Es interesante señalar que la palabra teoría tiene relación etimológica con espectador y con ver. La autora se ha convertido en este libro en espectadora de sí misma, para en ese verse poder contarse y extraer sabias conclusiones.
Y ha escrito una teoría en el sentido que Edgar Morín le daba a esta palabra: “Una teoría no es el conocimiento, permite el conocimiento. Una teoría no es una llegada, es la posibilidad de una partida. Una teoría no es una solución, es la posibilidad de tratar un problema”.
Un libro, pues, que nos permite introducirnos en las complejidades del contar, que quiere ser un punto de partida para quienes empiezan, y que trata, uno a uno, los problemas con los que se encuentran cuantos quieren practicar este arte preclaro..."
Autor de la crítica: Paco Abril
4 comentarios:
Enhorabuena Beatriz. :o), ahora las ventas aumentaran mucho.
Por cierto, si pasas por las Palmas, avisa, me gustaria tener un ejemplar firmado por ti.
Erlik Khan.
Hola, Erlik: en enero seguro que estaré en Las Palmas, ya avisaré con tiempo. Y por supuesto te firmo el libro.
Un saludo,
Beatriz
Felicidades Beíta!!! Muy merecido el comentario, yo por suerte ya tengo un ejemplar autografiado y me encantó leerlo!!!
Un abrazo enorme desde la primavera argentina. Alicia
Gracias, Alicia. Un besote grande.
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