El sábado pasado conté cuentos a bebés entre 0 y 3 años en la Casa de América de Madrid y se formó una manifestación de carritos. Se desbordó la sala teatral. Algunos padres y madres se sentaron en el suelo con el bebé en su regazo porque ya no había asientos libres. Llegaron a ocupar parte del escenario.
Contar para bebés es, como decirlo, es dejarse caer al vacío con cada palabra como si se avanzara pisando nubes sin la certeza de saber si debajo habrá tierra firme o aire. Es imprevisible saber lo que puede ocurrir en una sesión de bebecuentos. Ni tampoco se sabe que pasa por la mente del bebé cuando escucha una flauta, una nana o un cuento.
Entre 0 y 3 años el mundo solo tiene unos pocos metros cuadrados llenos de olores, ruidos y voces por descubrir. Me gusta contarles cuentos, para mí el descubrimiento son ellos y ellas, los bebés. Es muy gratificante verlos hipnotizados con la boca abierta mientras escuchan el cuento, que sonrian, y que al final vengan con los brazos abiertos para estamparme un beso, y que si no me doy prisa en agacharme se abrazan a la pierna y me dan el beso en la rodilla o me tiran de la falda. El mundo del bebé es asííííí de grande.