viernes, 9 de enero de 2009

Tengo tres mamás


Mi libro infantil “Tengo tres mamás” está dentro de la Exposición itinerante sobre literatura infantil y familias diversas subvencionada por el Ministerio de Cultura y organizada por la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB). Empezó en Madrid el 23 de diciembre y seguirá por distintas ciudades del Estado. La exposición está pensada para que los niños se vayan familiarizando con los distintos modelos de familia: emigrantes, separados, homosexuales, reconstituidas, discapacitados, entre otros.

Enhorabuena a FELGTB por esta bella propuesta y por la valentía de llevarla a cabo, que no es nada fácil. Gracias por contar conmigo. Es un placer.

lunes, 5 de enero de 2009

La herida Gaza

Hace siete años, Nata me llamó desde Ramala para felicitarme por mi cumpleaños. Ella trabajaba en la Cruz Roja y me estaba contando entre risas como había decorado su nueva habitación con cartones de leche cuando se escuchó una explosión al otro lado del teléfono. Le siguió un efímero silencio como si la gravedad hubiera succionado un edificio. Enseguida llegaron unas interferencias y después se cortó la línea.

Seguí agarrada al teléfono, no sé el tiempo, con la mirada fija en el televisor apagado, en parálisis. Me quedé bloqueada. Los cartones de leche pegados a la pared pasaban por mi mente como ráfagas de balas y la explosión seguía retumbando en mi cabeza. No sé cuánto tiempo pasó. No sé. Recuerdo que desperté con el sonido de mi móvil. Era Nata llorando, refugiada bajo una endeble camilla de urgencias. Pude oír cómo se sorbía las lágrimas al decirme que los estaban bombardeando. Un infernal ruido de sirenas se filtraba entre sus palabras. El ejército israelí había decidido que el estrecho parque que separaba una guardería de la Cruz Roja era el lugar desde el que Hamás había lanzado su último cohete casero. "Pero no es cierto", me gritaba Nata, "no es cierto". Y la comunicación volvió a cortarse.

Dos días después en una rueda de prensa el ejecutivo israelí admitió un error en el cálculo de coordenadas que se había saldado con ocho muertos, entre ellos dos niños que pasaban por allí. No fue un ataque sino una advertencia a Hamás, aclaró un mando israelí a los medios. Claro que Hamás también causó bajas israelís, dos heridos para ser exactos, con sus cohetes tras el muro de hormigón que los aísla del mundo.

Nata regresó a Madrid y no ha vuelto a esa gran prisión en la que se ha convertido Palestina. Siete años después de esa llamada de teléfono es Gaza la que ahora agoniza entre casquetes y escombros, con tanatorios improvisados en aceras y hospitales desbordados de cuerpos mutilados. Hoy, ya son 535 los palestinos muertos. Israel planea un nuevo ataque militar en Gaza que ha bautizado como “Arrancar de raíz” y ya el nombre hace temblar.

Oigo las noticias y la boca se me entumece. No puedo evitar acordarme de aquella llamada de Nata y de su hipo entre palabras al otro lado de la línea.

sábado, 3 de enero de 2009

Siempre llegamos al sitio donde nos esperan

Entro a comprar el pan en una tienda del Puerto de la Cruz y antes de pronunciar palabra, la dependienta, sin conocerme de nada, ya me había dicho amor, cariño y cielo de corrido. Y siento que siempre he estado en Tenerife, que la casa en la que estoy siempre la he vivido, que siempre escuché el mar, y que es normal estar a 18 grados en enero. Pero no, no siempre fue así. Nunca viví cerca del mar, mi familia sigue en Madrid y allí hace frío, mucho frío. Y aún así, me asombra que lo que vivo ahora no lo hubiera vivido antes. Sí, siempre llegamos al sitio donde nos esperan.

Y es que los recuerdos quedan punteados en la memoria, una memoria volátil. Volátil porque los recuerdos tienden a expandirse o encogerse en la memoria como si se tratara de nieve derretida o agua evaporada para terminar siendo un mar rizado de emociones. Y enredando en la memoria me llega una hermosa carta de nuestro amigo Manuel Maldonado, el dueño de la casa rural La Esencia (os la recomiendo, es una casa preciosa para descansar), en la que habla de los momentos que quedan grabados:

"...el cumpleaños de Enrique con tratamiento de reflexología, las luminosas mañanas de Murtosa, el espectacular montaje de Halloween del año pasado, las costillas de receta no secreta, el placer de brindar con buen vino por una buena cena en La Dacha...
Momentos que dejaran en nuestras vidas unas vivencias y unos sentimientos imborrables. Y precisamente cuando estamos intentando expresar todo esto, aparece nuestro amigo Saramago y nos echa una manita: “Siempre llegamos al sitio donde nos esperan” veo en su blog. Y esa es la sensación que hemos tenido todo este tiempo junto a vosotros: venimos los cuatro de Madrid y la amistad que no tuvimos allí pese a las coincidencias (esas que no existen) la encontramos en el Ambroz.

Lo que sucede es que nuestras vidas son una continua búsqueda de algo más y mejor...”

Ilustación de Riki Blanco.

jueves, 1 de enero de 2009

Nochevieja

En la cena de Nochevieja el último en llegar siempre era el tío Vicente. Y también era el más esperado por los pequeños de la casa. El tío Vicente siempre traía comida exótica, platos a cual más raros, del supermercado del Corte Inglés donde trabajaba como encargado. Llegaba a la cena de Nochevieja siempre media hora más tarde que los demás, y entraba en casa dándose muchas ínfulas, con los brazos llenos de bolsas y cajas. Y mientras los mayores entre humo y copas hablaban en el salón de sus cosas: el tío Domingo de la última pieza de avión que había diseñado, el tío Paco de la locomotora diésel 209 que alcanzaba los 120km/h o papá con el aislamiento acústico en medianeras con trasdosado, los pequeños nos refugiábamos alrededor de la mesa de la cocina enredando en las bolsas del Corte Inglés del tío Vicente con la intención de conseguir meter el dedo en alguna tarrina con mousse de queso, mermelada de violeta, caviar de erizo de mar (que escupimos nada más probarlo) o cualquier otro potingue que allí hubiera.

Alma era escéptica con el tío Vicente, claro, que como a ella solo le gustaba el huevo frito le daba igual lo que trajera o dejara de traer el tío Vicente. Hasta que un año probamos el huevo hilado. Comer huevo frito, cocido, escalfado que tanto apasionaba a mamá y que a nosotros nos daba tanto asco era lo normal, pero comer huevo dulce, frío y en tiras finas, eso no lo habíamos visto nunca. Emi se lo quería comer a puñados y el tío Vicente entró en pánico. El huevo hilado era de la sección del gourmet y lo tuvimos que comer enrollado en jamón york. Emi, en un descuido de los mayores, tiró el jamón york a Coco, el perro, y se zampó de una sentada el huevo hilado.

Otra nochevieja el tío Vicente llegó con una tarta de selva negra, que por aquel entonces no se encontraba en ninguna pastelería. Estaba deliciosa. A los mayores les sabía a chocolate y nata, que era lo que era. Pero a nosotros nos sabía especial, no sé, nos sabía a Corte Inglés.

Y no faltaba el comentario del tío Vicente que entre bocados afirmaba, con el peso de un catedrático, que no había mejor viaje para los sentidos que la comida. Así era el tío Vicente.

Anoche, sentí como el 2008 se escapaba entre tragos de vino y recuerdos de infacia envueltos en canela, arroz, piñones y cúrcuma.

Un mágico y próspero año 2009 para todos.