lunes, 30 de marzo de 2009

Apagón de 6 horas

Hace cuatro días un rayo cayó en la central eléctrica de Caletillas y dejó a toda la isla de Tenerife sin luz. Eran las 11 de la mañana y estaba a punto de guardar en el disco duro los cambios de un nuevo relato cuando me llamó mi padre al teléfono: “Hola, ¿cómo est…?" Y se produjo el apagón. El relato se fue a la mierda.

Y salí bien parada. El tranvía se quedó detenido en el cruce próximo al Museo de la Ciencia paralizando el tráfico hacia La Laguna.

Pero eso no fue nada, los semáforos también se apagaron y una moto chocó frontalmente con una furgoneta. La cabeza de Alfonso rebotó en el cemento del bordillo. Fuera del casco.

Tuvo más suerte que Patricia que estaba siendo operada de corazón abierto en el hospital de Candelaria. En el momento de colocarla la válvula de metal se fue la luz del quirófano y se apagó la máquina de respiración asistida. El generador tardó 43 segundos en ponerse en marcha.

Siete exánimes minutos quedó Montse atrapada en el ascensor con su violador y asesino. Iba a visitar a su hermana Patricia al hospital.

La luz llegó a casa seis horas después. Yaiza seguía balanceando sus pies en un banco a las puertas del colegio. Esperaba que su papá Alfonso viniera en moto a recogerla.

viernes, 13 de marzo de 2009

Por qué no hay que asustar a un pulpo antes de cocinarlo.

Tenía mono de pulpo, de verdad. Me moría por comer pulpo. Pulpo cocido con pimentón y aceite. Pulpo. Qué rico. Busqué en internet y leí en una receta de Arguiñano que antes de cocinarlo había que asustarlo tres veces. Así que metí al pulpo en el bolso y me lo llevé al tren de la bruja. Tres vueltas. Las conté, una detrás de otra. Tres. Con tanto escobazo en la cabeza y tanta vuelta acabé mareada. Y cuando me quise dar cuenta el pulpo, el muy canalla, había huido del bolso. De puro susto, digo yo. O para vomitar. Vete a saber. El caso es que le llamé por megafonía. Pero nada, no lo encontré. Volví a casa y calenté dos litros de agua con la esperanza de que el pulpo regresara por su cuenta y me lo pudiera comer de una vez por todas. Y llegó, pero maltrecho. Había perdido un tentáculo en una reyerta callejara por culpa de una sepia. Y allí estaba, en la puerta, abrazado a la sepia.

La sepia se hace a la plancha, pensé. Y calenté la sartén. Pero el pulpo se negó a separase de ella. Querían morir juntos. Y como no tenía ni idea de cómo cocinarlos a la vez los metí en la pecera bola de Lucas mientras buscaba una receta de pulpo con sepia. Pero el pobre Lucas sufrió un infarto cuando vio semejantes bichos dentro de su pecera. Lo saqué. A Lucas. Y lo primero que se me ocurrió fue hacerle el boca a boca, pero mi boca era demasiado grande para él. Por eso lo lancé al agua hirviendo de la olla que debía ser para el pulpo y que ahora sería de Lucas. Para revivirlo. Lucas abrió la boca. Una vez más, solo. Me negué a que se muriese y lo saqué con unas tenacillas de la cazuela y le di electroshocks en la sartén. Se quemó. Lloré tanto, tanto. En ese momento sólo quería pisotear a ese maldito pulpo cojo y a esa sepia de moral distraída que vete a saber de qué mar habría salido.

Se murió Lucas. Mi Lucas. No pensé en hacerle entierro y mucho menos en comérmelo. ¿Por qué clase de pervertida me tomas? No. Le llevé al baño y le rocié con laca fuerte de pelo. Lucas se quedó en rigor mortis con ese color marrón oscuro de pez muerto abrasado. Cogí pegamento y le soldé en la pared de cristal de la pecera. Mientras, el pulpo se abrazaba a la sepia en un estrangulador beso.

Ilustración de Albeto Cerriteño

lunes, 9 de marzo de 2009

Cactus patógeno

Fui al médico por un extraño picor en la mano al pincharme con un cactus. Algo sin importancia, me dijo el médico de familia tras examinar mi dedo hinchado. Pero no debió de verlo tan claro cuando me envió al dermatólogo. Quiero una segunda opinión, me aclaró. Y cerró el libro de consultas. Me dieron cita para dentro de un 1 año y 10 meses. Volví a casa resignada. Pero al cabo de un mes regresé al consultorio médico. No solo no se me había ido el picor sino que se había agravado con un sarpullido de manchas blancas por todo el brazo. El médico tras examinarlo a cierta distancia me recetó un corticoide. Intentó tranquilizarme diciéndome que mi vida no corría peligro, y que en 1 año y 9 meses me vería el dermatólogo y todo se solucionaría.

Pero no fue así. Dos meses después la mano se había hinchado de tal manera que los dedos estaban pegados los unos a los otros como un muñón. Perdí la sensibilidad al calor y al frío y junto a las manchas blancas surgieron ampollas que se transformaron en pústulas. El picor no remitía y la infección era ya un ejército imparable que atacó mi cara y bajó amenazante hacia los pies. Mi cuerpo, un gran cilindro al que le salían tubos ramificados, estaba lleno de verrugas grises con puntos amarillos. El día que la primera pústula estalló, el dolor fue tan agudo que apreté de golpe los dientes sin poder evitar morderme la lengua que se partió en dos. Dejé de hablar. De la primera ampolla gris que reventó despuntó un pincho al que siguieron muchas más espinas por todo el cuerpo. Me desnudé frente al espejo y comprendí que me estaba convirtiendo en un cactus.

A duras penas caminé hacia el jardín. Cogí la azada con mis dedos deformados y cavé un agujero entre la hierba, al lado de los geranios. Y allí mismo, frente al mar, me planté.

sábado, 7 de marzo de 2009

Cuentacuentos en Tenerife

Beatriz Montero (La Maga Trapisonda) regresa con sus cuentos y secretos.
Sábado, 7 de marzo a las 11:30h en la Biblioteca Pública de Santa Cruz de Tenerife.

- "Cuentos y secretos de La Maga Trapisonda" por Beatriz Montero.
- Espectáculo de cuentacuentos infantil y familiar.
- Lugar: Sala Polivalente Infantil y Juvenil. C/ Comodoro Rolín, 1. Santa Cruz de Tenerife.

Para ver la programación de la Biblioteca del mes de marzo pincha aquí.

lunes, 2 de marzo de 2009

Efecto mariposa

La mariposa aleteo y el suelo comenzó a temblar. Marta cayó al suelo y la carta que tenía en sus manos cayó y rodó por el suelo hasta parar en la puerta de la casa de enfrente. El vecino frenó en seco pero fue demasiado tarde, Marta yacía bajo los neumáticos. Con el chirrido del coche la mujer del conductor salió de la casa y encontró la carta junto al felpudo de la puerta. La abrió creyendo que era para ella. "Te dejo", es lo único que estaba escrito. La mujer miró a su marido, su marido miró a la muerta y una mariposa se posó en el capot del coche.